Mi blog...

Por fin me he decidido a crear mi propio blog. Fue un paso difícil, principalmente por razones de tiempo pero ya estoy en la red. La finalidad de este espacio es compartir mis escritos y hacer comentarios respecto de lo que quiero expresar.

Estimados Navegantes, espero disfruten la visita por "mi esquina literaria" que también tiene otros temas que pueden ser de su interés. Mis saludos.


miércoles, 12 de diciembre de 2012

Constanza

Ojos grandes y brillantes y de una alegría indescriptible. Manitas inquietas, carita redonda, frente lisa y libre de pensamientos negativos,  inocencia pura y luminosa. Felicidad en una personita, de estatura pequeña y de miembros blandos. Sonrisa cautivante y de risitas contagiosas. Creo que es mi hija. Y mientras se mueve y gorjea, enamora mi corazón una y otra vez.

La miro seria y ella se detiene. Observa mi rostro por un segundo y ríe sin razón aparente. No sé por qué le es tan gracioso verme con expresión confusa. Es como si supiese que con esa risita de bebé lograra romper el hielo que nos separa en ese instante. Intento resistirme pero caigo rendida, es su voz un destello de magia contra la que no puedo combatir.

“¿Pero quién eres?”, le pregunto. Ella se ríe más fuerte.
“¿Cómo es que apareces de la nada?”, ella mueve sus brazos insistentemente.
“¿Cómo te llamas?”, coloca sus manitas en mi cara, dibuja el contorno de mis labios con sus deditos minúsculos. Lo hace una y otra vez.
“Creo que te he visto antes”, le digo. Mientras ella vuelve a sacudir sus brazos y sus piernecitas gorjeando.

De pronto entra mi hermana a la habitación. La miro con expresión interrogante. Le cuento que estoy confundida, que anoche me acosté y me dormí y que ahora despierto y encuentro a esta personita junto a mí, moviéndose constantemente y con la que definitivamente no puedo conversar, porque no sé si me responde. Mi hermana me observa con cariño y me pregunta si sé quién es la niña. Le respondo que no sé por qué pero que tengo la certeza de que ella es mi hija.  Sin embargo, ¿cómo era eso posible?, me pregunté. No recuerdo el embarazo, ni su nacimiento, ni quien es su padre. Sólo sé que estaba ahí junto a mí esta mañana y que no puedo creer que me esté sucediendo tal bendición.

Mi hermana la toma en sus brazos. La bebé vuelve a gorjear feliz, pareciera saber que mi hermana es su tía. Ella la besa en el vientre y la pequeña suelta una carcajada. Me acerco para mirarla nuevamente, comprendiendo cada vez más que es mi hija. Ella me vuelve a mirar y sonríe. La tomo en mis brazos, mi hermana se queda a mi lado y me dice que  “Constanza”  sabe que soy su madre.  “Constanza”, repito… ese es su nombre. Miro a la pequeña y le pregunto: “¿y quién es tu padre?”, ella ríe y gorjea como burlándose de mi amnesia temporal.

Comienzo a mecerla instintivamente y ella bosteza. Se refriega los ojitos con sus manitas y se está quedando dormida. Trato de mantener los míos abiertos al máximo, no quiero cerrarlos porque tengo miedo que desaparezca. Ella es un pedacito de mí que me hace palpar la vida al máximo, prolongación de mi amor por alguien más a quién lamentablemente no puedo recordar, pero eso no me importa.  Ya nadie podrá decirme que no sé lo que es ser madre, que no puedo opinar porque no tengo hijos, que comprenderé mucho de lo que no entiendo cuando nazca mi primer bebé, etc. Constanza está ahí, durmiendo en mis brazos, descansando y sintiendo mi amor, ese que en unos minutos superada la confusión, comienza a emanar de mi piel a borbotones. Sale de mi pecho una luz blanca y brillante, la que se extiende hacia esta personita tan chiquita, envolviéndola y haciéndola sentirse acogida.  Mi pequeña yace dormida y no quiero alejarme nunca más de ella, sé que parece tan indefensa, pero sin duda es más fuerte y sabe mucho más que yo.

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El sonido del reloj me trajo de vuelta. Me he despertado y con tristeza me he dado cuenta que todo era un sueño. Fue inevitable llevar las manos a mi vientre y preguntar al universo por qué la he soñado.  Sonreí y me dije que tal vez era porque no faltaba mucho para poder tener a Constanza conmigo. Sin embargo, desde entonces la extraño con todo mi corazón.

FIN



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A las futuras madres y padres, con cariño.

sábado, 1 de diciembre de 2012

Sin dirección



Soy una simple hoja. Voy y vengo sin dirección.  Las personas suelen pisarme al pasar por la calle y a veces el viento se apiada de mí y me sube a lo más alto para ayudarme a sentir mejor. Es que no es fácil que te pisen tanto y tan seguido, sin embargo, hago lo mejor posible para no interponerme en sus caminos.  Lamentablemente, pese a mis esfuerzos, la gente no es cuidadosa e invaden mi metro cuadrado... En mi caso, mi centímetro cuadrado.

Solía estar en un árbol grande y frondoso, de raíces fuertes y poderosas. Pero aún así, en esa altura desde donde todo lo podía ver, no era suficiente para mí.  Es que en el fondo de mi corazoncito de hoja, yo sentía que había mucho más en mi interior de lo que imaginaba.  No me mal interpreten, siempre he sido una hoja sencilla y valoro mucho la humildad en cada ser vivo de este planeta.  Pero esa sensación de ser un alma vieja en una hojita pequeña era muy fuerte, no lo cuestionaba.

En la rama donde nací, siempre me sentí a gusto hasta cierta época.  Cuando las demás hojitas comenzaron a crecer y ser todas iguales, me di cuenta que yo no lo era.  Para mí las cosas tenían otros tiempos, otros colores, otros sabores... Y por eso me llamaban la hoja roja de la madre rama. No sé si por mi leve tinte de ese color o sólo por hacer diferencias con las otras.  Mis hermanas eran verdes, frescas, plenamente claras en lo que sería su vida, su comienzo, desarrollo y final.  En mi caso, siempre sentí que era mucho más lo que tenía por hacer.  Nunca conforme, siempre moviéndome y sintiéndome frustrada por no contar con la facilidad de poder trasladarme de un lugar al otro en el mismo gran árbol e incluso poder ir más allá.

Madre rama siempre me llamaba la atención, diciéndome lo que una hojita podía o no hacer.  En mi caso era frustrante, sabía en el fondo de mi corazón que madre rama me adoraba pero nunca pude sentir que me aceptara aún cuando no me entendiera.  Padre árbol siempre fue distante, sin embargo, me permitía hacer todas mis travesuras de hojita nueva, molestar a las chinitas, botar a las hermanas hormigas, jugar con las primas arañas, etc. Madre rama siempre dijo: una hoja es una hoja desde que nace hasta que muere. Padre árbol sonreía y movía todas las ramas con ayuda del viento. Era su forma de hacer que madre rama tuviese el apoyo que necesitaba pero también para demostrarnos que él era el pilar de la familia y que teníamos mucho que aprender y respetar de ellos, nuestros padres.

El tiempo pasó y nunca comprendí por qué necesitaba algo más para ser feliz, buscarme, encontrarme, potenciarme, experimentar, aprender y enseñar.  Fue así que de pronto me solté de rama madre. Ya había madurado y me disponía a caer.  Rama madre lloró días por mi partida, mis hermanas hojitas trataron de consolarla, pero ella no podía creer que hubiese partido. Caí suavemente sobre la vereda y me dejé llevar por el viento. Esperé y observé con atención, me gustaba este espíritu aventurero, pero extrañaba mucho mi hábitat natural, aquel que había sido el único que había conocido desde mi nacimiento. Saber que madre rama sufría por mi decisión me hizo sentir culpable y acarreaba conmigo una tristeza difícil de contener. No hubo lágrimas ni nada parecido de mi parte, sólo una reflexión constante buscando alternativas para aliviar su dolor.  Sin embargo, el viento me ayudó elevándome siempre hacia ella y pasando a verla constantemente. Rama madre sonreía al verme pero se entristecía cuando tenía que partir. Fue un proceso difícil para ella, acostumbrada a tenerme a su lado a mí y a mis hermanas, por quienes también sufría cuando partían.

Busqué mi camino, así sin dirección, me dejé llevar por el viento y aún cuándo me enamoré de un esquivo helecho y la relación no perduró, aprendí y seguí creciendo.  Una hoja adulta con experiencia cuesta creerlo, pisoteada pero no destruida, aún las habemos  por ahí flotando y sintiendo que si bien es cierto no hay dirección, aún hay un norte, aún hay anhelos y también sentimientos, soy una simple hoja... Pero tengo tanto que contar.

FIN

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A todas las hojas que siguen volando y que continúan con el ciclo de la vida... 

sábado, 6 de octubre de 2012

La extraña enfermedad



Helvecia miraba por la ventana con tristeza. Veía el agua caer desde el cielo y escuchaba las risas de los niños mientras jugaban en la calle. Con sus manos apoyadas y su respiración empañando el vidrio, de vez en cuando dibujaba caritas tristes con sus dedos. Los días de lluvia eran un calvario para ella. Tenía prohibido salir de casa y no había forma de hacerle cambiar de opinión a su madre.

"Eres especial, no eres cómo los otros niños, por eso te cuido", solía decir su madre cuando ella preguntaba las razones de su encierro esos días. Es que ya eran tres días de lluvia y suspiraba de aburrimiento.

Sin dejar de escuchar las risas y gritos de sus vecinitos, Helvecia pensaba que sí tan sólo pudiese salir un par de minutos para zapatear en los charcos de agua y correr junto a los otros niños... A sus once años aún no había podido experimentar esa sensación de sentir caer el agua sobre su cabeza, ni tampoco el olor del pasto húmedo entrando invasivamente por sus fosas nasales.

Es que los baños de leche diarios que le aplicaba su madre y sobre todo el que ella no tocara el agua directamente con su piel eran una constante obsesión de su progenitora. No entendía por qué su madre se sobresaltaba cuando ella se acercaba a la cocina, inmediatamente la sacaba de ahí y le aplicaba friegas con cremas y aceites para su limpieza corporal. No podía beber un vaso de agua directamente, tenía que usar pajitas para llevar el líquido dentro de su cuerpo.

Cerró los ojos y suspiró profundo. ¿Por qué no recordaba si alguna vez había estado en contacto directo con el agua? Por más que indagara en su mente, nada llegaba a su memoria. Lamentablemente, si se acordaba del día en que su padre las había abandonado. Tomó su maleta, besó su frente y algo había susurrado en su oído, algo que no podía recordar.

-Helvecia, ve a ordenar tu pieza - dijo su madre.
-Ya lo hice - respondió ella.
-Entonces ve a leer un libro
-Madre, ¿por qué no puedo salir?
-¡Otra vez con lo mismo Helvecia! Ya te he explicado que no eres igual a los otros niños, eres especial.

Ella miró a su madre con tristeza. ¿Por qué costaba tanto que ella le diera una explicación convincente?

La madre la miró y adivinó sus pensamientos.

-Helvecia ya basta, sabes de sobra que no puedes mojarte. La lluvia podría dañar mucho tu piel, te saldrían ampollas muy dolorosas y podrías enfermarte hasta morir.
-Madre, no comprendo cómo es que aún no se encuentra cura para esta enfermedad, ¿cómo es posible?

La madre la miró con expresión de reproche.

-¿Que no eres feliz con todos los cuidados que te doy?
-Madre no es eso... Es que...
-No puede ser, después de todo lo que me he sacrificado por ti, que mal agradecida, hija...

La niña se había acercado a ella e intentaba acariciar la cabeza de su madre, pero tan pronto pasó su manita por su cabello, ella reaccionó.

-Helvecia, a tu cuarto ya.
- Pero madre, yo...
-No es el mejor momento para protestar, vete ya - dijo molesta.

La niña bajo la cabeza y con paso lento se fue a su habitación. Ahí se quedó mirando por la ventana el espectáculo de la lluvia. El agua había empezado a caer cada vez con más violencia y el día se había oscurecido aún más, de la misma forma en que lo había hecho su corazón.  Le entristecía no tener amigos con los que jugar. Por culpa de su extraña enfermedad no había podido hacer una vida normal y eso la martirizaba. De pronto las risas de los otros niños que jugaban bajo la lluvia desafiando su fuerza y gozando de su libertad, distrajeron su atención. Los vio correr de un lado a otro, algunos con paraguas de colores, otros chapoteando con sus botitas de agua y todos riendo estruendosamente. En su acongojado corazón sentía que ya no quería perderse de todo eso, eran once años viviendo con tristeza los días de lluvia, sin poder hacer amigos porque también en los días de sol su madre la observaba muy de cerca para que no entrase en contacto con el agua.

Entonces llena de esperanza se le ocurrió una brillante idea, ¿y si el paraguas la protegía lo suficiente para por lo menos salir unos minutos? Salió en puntillas de su pieza y se fue al closet de su madre. Ahí encontró un paraguas de color negro, grande y viejo. Lo tomó con cuidado y volvió a su pieza. Abrió la ventana con lentitud y sigilosamente salió por ahí hacia el patio. El paraguas ya la cubría y ella comenzó a caminar temerosa de lo que pudiese suceder. A medida que se acercaba a los niños jugando, su corazón experimentaba una tremenda felicidad, ¡no podía creer que estaba bajo la lluvia!

Al notar su presencia, los niños la miraron sorprendidos.

-Es la vecina que no puede mojarse - dijo uno de ellos.
-¿Cómo es que te dejaron salir? - dijo otro sorprendido.
-Es que me escapé - dijo ella orgullosa.

Los niños sonrieron y la invitaron a jugar. Helvecia estaba complacida, por primera vez en su vida todo era perfecto. Movía sus pies esquivando los charcos de agua, por temor a mojar su piel. Los niños seguían corriendo y ella comenzaba a reír fuerte. Se sentía bendecida al poder estar ahí y ver el mismo espectáculo que solía ver por la ventana todos los días de lluvia pero esta vez era real y palpable.

De pronto uno de los chicos empujó a otro y este sin querer cayó sobre Helvecia, haciéndola soltar el paraguas para sostenerlo a él y no caer juntos al suelo. El chico la miró asustado. Helvecia podía sentir el agua fría de la lluvia caer sobre ella. Sin embargo, por más que esperó lo peor, nada sucedió. Se miró las manos y estas totalmente mojadas seguían conservando su forma y su color habitual, tal vez un poco más rojas por el frío, pero nada anormal.

-¿Ves algo raro en mi? - le preguntó al chico que ella había sostenido.
-No, estas igual - respondió él sorprendido.

Helvecia no entendía lo que sucedía, su madre le había dicho que ella no podía tener contacto con el agua y por eso durante once años, ella había estado encerrada en su casa los días de lluvia, acostumbrándose a cuidarse por ser una niña especial. Se miraba las manos y no veía por ningún lado las ampollas que ella creía que saldrían en su piel. No daba crédito a sus ojos.

- ¡Helvecia! - escuchó un grito proveniente desde su casa.

Se volteó rápidamente y ahí estaba su madre observándola horrorizada.

Entonces Helvecia recordó lo que su padre le había dicho antes de irse: "estas sana hija, la enferma es otra."  La lluvia seguía cayendo cada vez con más fuerza y Helvecia seguía totalmente sana y de pie frente a su madre.


FIN

jueves, 20 de septiembre de 2012

Del amor hacia el fin

El humo del cigarrillo que estaba fumando había empañado la visibilidad del espejo retrovisor. Abrió con una mano la ventana del vehículo mientras que con la otra limpiaba el espejo.  Suspiró profundo y se prometió que terminaría de una buena vez con ese vicio. Nada bueno le había traído hasta el momento y menos ahora que intentaba pasar desapercibido.

Una mujer abrió la puerta de entrada de la casa que él observaba con tanta atención. Tiró el cigarrillo por la ventana y detuvo su mirada en el reflejo del retrovisor. La mujer sacaba unas bolsas y las colocaba dentro de los contenedores de la basura. De pronto ella entró a la casa y  él se apresuró a bajar del vehículo. Cual detective privado se acercó al contenedor con disimulo y escarbó entre las bolsas. Se detuvo unos momentos al observar el contenido y luego de exhalar con fuerza, las sacó de ahí con extremo cuidado para llevarlas al portamaletas de su vehículo.

Una vez que las dejó ahí, se volvió a acercar a la casa sigilosamente. Se asomó por una de las ventanas y observó el entorno de la habitación. La mujer apareció por el pasillo con el teléfono en la oreja, por lo que él se ocultó tras la muralla y permaneció ahí unos minutos, escuchando lo que ella decía.

-Sí, creo que ya fue suficiente. No voy a seguir alimentando este círculo vicioso, ya quiero comenzar a vivir mi vida y olvidarme de los perdedores. Es que he tenido muy mala suerte. Te juro que lo único que he conseguido es sólo sufrimiento y ya no sé qué pensar… ¿será que espero demasiado de todos ellos?

El hombre afuera empuñaba su mano derecha con fuerza. Definitivamente le afectaba lo que estaba escuchando.

-No he sabido de él hace meses… creo que se aburrió de que no contestara el teléfono ni tampoco sus correos. Es que no debe ser fácil para su ego pasar por todo esto. Nunca en su vida ha estado mucho tiempo solo. Prueba de ello es que no sabe hacer nada, todo lo pregunta, no tiene iniciativa.

Este último comentario consiguió desfigurar la expresión seria de su rostro y por unos segundos estuvo a punto de abortar la misión. Sin embargo, algo lo detuvo.

Miró su reloj y se sentó en el suelo. Cerró sus ojos y se quedó inmóvil ahí. Aún podía escuchar su voz y toda la conversación que continuaba casi en el mismo tenor.

-Es que si lo llamo, él querrá que volvamos y yo ya no quiero tener nada que ver con él. Definitivamente no somos el uno para el otro.

Abrió sus ojos, se levantó rápidamente y dirigió sus pasos hacia la puerta principal. Estuvo ahí unos minutos sin moverse, sólo pensando qué hacer: si tocar el timbre, si golpear la puerta, si gritar su nombre, si tirar una piedra a la ventana o simplemente irse de ahí dignamente.

De pronto se armó de valor, suspiró profundo y tocó el timbre.

-Sí, alguien está en la puerta, tengo que colgar. Te llamo luego. Cuídate mucho. Chao.

En unos segundos ella estaba en la puerta principal, lo miró con expresión de sorpresa y desagrado al mismo tiempo. El seguía de pie frente a ella y no pudo articular palabra. Su corazón palpitaba rabiosamente, le tiritaban las piernas y creía que en cualquier momento caería de rodillas. Quería decir algo, expresar su ira, su frustración, su dolor, su pena de ser borrado como si lo vivido no significara nada para ella, como si él fuera sólo un desconocido. Todo eso se quedaba ahí guardado, en su corazón… no salía.

-No puedo creer que estés aquí. ¿Qué quieres? - dijo ella secamente.

El continuaba de pie sin mover un músculo. Sólo la observaba… llevaba un lindo vestido azul, se preguntaba quién se lo habría regalado.

-¿Sabes? No tengo todo el día. Dime qué es lo que quieres de una vez - cada vez más hastiada.

Si tan solo ella no estuviese tan molesta, tan distante, tan herida. Si al menos le hablara en un tono más conciliador.

-Por última vez, dime que es lo que quieres – Casi perdiendo la paciencia.

Entonces él recordó su misión. Juntó las palmas y aplaudió tres veces, silbó otras tres y llamó:

-Campeón, ven con papi, Campeón – siguió silbando y aplaudiendo.

De la habitación contigua salió corriendo un perrito raza Beagle quien no dejaba de mover la cola al escuchar su nombre. El pequeño animalito se fue directo hacia el hombre, y de un salto estaba en sus brazos. Él le dio la espalda a la mujer y ahora se dirigía hacia su vehículo.

-No te lo puedes llevar… esto es… esto es un rapto – le dijo ella enfurecida.

El se devolvió con Campeón en sus brazos y dijo con absoluta calma:

-Campeón es mío, se va conmigo. Si quieres pelear la custodia, entonces habla con mi abogado.

Se dio vuelta y sin mirar atrás se subió a su vehículo. Campeón saltaba en el asiento trasero feliz de irse con su amo. El hombre echó a andar el vehículo. Caían lágrimas gruesas de sus ojos pero ya no había nada más que hacer. De eso estaba seguro.

FIN

jueves, 17 de mayo de 2012

Un simple espectador

Sacudo mis ramas y me parece una eternidad. Caen las hojas de mis brazos más altos y me pongo a observar el cielo. Está más azul que nunca y las nubes lo cubren pero lo liberan constantemente… el viento me hace danzar un poco, mas no logro despegar mis raíces de la tierra. Es la vida que me ha tocado en esta vuelta y de verdad que no puedo quejarme. Es que ser un árbol tiene sus ventajas también. Siempre observo a la gente caminar nerviosamente de un lado a otro, acarreando bolsos pesados o bien esclavizados de sus teléfonos y del reloj. Qué momentos estresantes he presenciado. Bocinazos interminables, molestos e histéricos de miles de conductores que perdieron la paciencia. Gente desesperada por subirse a las micros, otros en éxtasis observándolo todo… la verdad es que da para mucho.

Si les contara mi historia anterior, no me la creerían. Era un ser humano, caminaba por las calles al igual que ustedes, pero hace mucho tiempo ya de eso. En esa época no había vehículos de transporte como ahora y la ciudad en la que vivía era un pueblo en el campo. Era un hombre sin comprender mi realidad del todo. Creía en la riqueza, el poder, la ley del más fuerte. Me desviví tratando de darle un bienestar a mi familia, pero a costa de mi propia salud. Fue así que partí muy joven. Mi mujer sufrió demasiado con mi muerte. Quedó totalmente abandonada y no duró mucho tiempo sin mí. Enfermó y falleció un par de años después.

Esta vida de árbol me ha servido para entender tantas cosas. Como no puedo darme el lujo de salir caminando por ahí, observo con detención a las personas que pasan a mi lado y siento lo que ellas llevan dentro de sí. Es impresionante cuánto puedes sentir de alguien que nada dice pero que lleva un mundo interno consigo a todos lados.  He aprendido a leer expresiones faciales, movimientos corporales, formas de respirar… el ser humano es tan complejo, pero finalmente uno aprende mucho de ellos. 

A veces pasa gente que conocí en mi anterior vida, y de las otras previas también. Es que soy un árbol y como estoy enraizado en la madre tierra, todo ese recuerdo está conmigo porque estoy conectado a ella y ella todo lo sabe. Hace unos días descubrí a la que era mi mujer en mi anterior vida caminando por esta esquina. Se detuvo, encendió un cigarrillo y respondió un llamado telefónico. Escuché su voz de esta vida y me pareció la misma de aquella cuando fui su marido. La nostalgia embargó mi alma y quise bajar mis ramitas para poder abrazarla, hablarle sobre lo mucho que la he extrañado, lo mucho que la he querido y lo feliz que sería de volver a estar a su lado.  Sin embargo, me fue imposible, tuve que mantenerme en mi lugar y sólo observar. Un simple espectador.

El cielo me mira cual amigo inseparable, sabe que lo busco cuando me supera la observación terrenal y me baja la nostalgia. Me apoya con su gama de colores claros e intensos según la hora del día. Me dejo mecer por el viento y me digo: soy un árbol, ya nada puedo hacer y nada tengo que hacer... sólo ser un árbol, y esa enseñanza quiero recordar para mi próxima vuelta, vivir y ser lo que soy.

FIN
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Para todos los árboles que alegran mi camino a casa 

lunes, 5 de marzo de 2012

El saludo

Arregló prolijamente su cabello frente al espejo. Lamentó mucho que esa mañana no se hubiese aplicado gel para poder dominar esos rizos rebeldes que sobresalían y se dejaban caer sobre su frente. Estiró su camisa una y otra vez y pensó en su sonrisa. Quería detener el tiempo y no alejarse cada vez que ella aparecía en su camino. No obstante, pasaba por su lado temeroso, aún cuando ella al verle siempre le sonreía. A veces él se preguntaba la razón de que por qué esa reacción de la muchacha, tal vez había algo que él no sabía que ella podía ver y que le producía ese efecto. Sin embargo, él deseaba provocar mucho más, tal vez llamar su atención hasta escuchar un profundo suspiro proveniente desde su corazón. Ese sonido era inconfundible en sus oídos y creía haberlo reconocido en ella en más de alguna oportunidad.


Tomó su cepillo de dientes y escobilló con cuidado, quería poder lucir su sonrisa sin temores, así que repasó una y otra vez. La frescura del agua en su boca le hizo imaginar lo que se sentiría besar sus labios. Tal vez esa misma sensación fuese la que él experimentaría. Quería pensar que así debía ser y que algún día ese anhelo llegaría a concretarse. Mientras tanto observaba su rostro y se repetía frente al espejo que todo era posible, así que respiró profundo y arreglándose el cuello de la camisa por enésima vez, salió del baño en dirección a la barra.


Ella se peinó el cabello frente al gran espejo del baño de damas y lo recogió en un simple moño. En su trabajo no se permitía tenerlo sobre la cara y los hombros, así que debía ser muy detallista en la preparación antes de comenzar su turno. Estiró su vestido negro y ajustó el nudo de su pequeño delantal blanco. Suspiró profundo y se dijo que el día pasaría rápido.


Puso en su bolsillo la libretita para tomar apuntes, repasó el contorno de sus labios con un labial rosado y luego de mirarse por última vez buscando si estaban todos los detalles ya cubiertos, salió por la puerta en dirección al restaurante.


Un ruido de vasos al voltearse sobre la mesa hizo que ella mirara hacia la barra. El se encontraba limpiando su propio desastre y se dio cuenta que ella ya había cogido otro trapo y le ayudaba a limpiar. Su corazón latía con violencia y le costaba respirar. Sus piernas flaqueaban y creía que en cualquier momento caería sin poder sostenerse más de pie. No quiso levantar sus ojos para poder concentrarse en lo que estaba haciendo, comenzaba a sentir miedo de no ser correspondido. Apretó los labios para no dejar escapar sus pensamientos y decidió no pronunciar palabra.


Sin embargo, el movimiento circular de la limpieza de ambos los llevó a encontrar sus manos sobre la mesa. Ella levantó sus ojos y él se sintió observado. Se atrevió a levantar los de él y se quedaron mirando el uno al otro por varios minutos. El resto del personal seguía sus labores habituales yendo y viniendo de un lado para otro y sin reparar en esa conexión romántica que barman y mesera estaban experimentando en la barra del local.


Era el momento tan esperado por él, por fin estaban haciendo contacto visual y en cosa de segundos ella le sonreía nuevamente.


-Hola – saludó por fin él casi sin parpadear.


-Hola – respondió ella sin dejar de mirarle.


La emoción agolpándose en su pecho al escuchar esta simple palabra proviniendo de sus labios brillantes y rosados hizo que se le acelerara más el corazón y por fin dibujó una sonrisa en su rostro.


FIN

jueves, 2 de febrero de 2012

Passiflora

Siento a mi amigo viento que me acaricia con suavidad y me impulsa a mover mis hojas pero no lo suficiente para dejarme avanzar como a veces quisiera. Esto de no ser independiente y estar siempre donde me dejan no es fácil de superar. Pero no puedo quejarme, las cosas simples me satisfacen y no pido demasiado, sólo poder verlo pasar todas las mañanas y las tardes. Es que sus ojos me hacen muy feliz.

Me llamo Passiflora, vivo en una tienda donde se venden plantas y debo confesar que no es sencillo ver diariamente a la gente caminar de aquí para allá y observar sus propias historias personales. Cada vez se hace más difícil superar la curiosidad que me invade cuando les escucho. Pero mi sensibilidad de planta es tan aguda que a veces leo sus pensamientos, sobre todo si los miro a los ojos. Fue así que me enamoré de él.

Vestido de traje, corbata y siempre apurado en las mañanas pero tan tranquilo y relajado en las tardes, él era un extraña combinación que atrapó mi curiosidad. Me quedé inmóvil siguiendo sus pasos la primera tarde, fue tan extraño porque creo que se quedó mirándome un buen rato antes de seguir su camino. Ahí pude ver sus ojos claros y me quedé embobada con su brillo y esa expresión en su rostro que no había visto hasta ese momento… como si él supiese algo que los demás no sabían… ¿quizás que yo los observaba?

Los días que continuaron fueron siempre igual, apurado en las mañanas pero con ritmo reposado y casi contemplativo en las tardes. Me era imposible entender cómo él podía transformarse tanto en un par de horas. Era como si el hombre de las mañanas fuera otro pero me encantaba el que era en las tardes. Por eso cuando pasaba, abría mis brazos lo más que podía para que me viera en todo mi esplendor, moviendo mis hojitas al ritmo del amigo viento. El siempre se detenía a observarnos a todas las plantas antes de continuar su camino, pero cuando sus ojos se detenían en mí, casi podía sentir mis raíces querer salir del macetero que me sostiene, y transformarlas en piernas para poder seguirlo a donde fuera… es que creo que él podía ver más allá de mi esencia de planta.

Al quinto día pasó apurado como siempre, sin embargo, se detuvo unos segundos frente a mí, tocó mis hojitas y me acarició con ternura. Le miré tímidamente y él me sonrió. Se levantó y retomó su camino. Pero me hizo tan feliz, no le era indiferente, me veía y yo existía para él. ¡Qué felicidad!

Esa misma tarde me compró a mi dueña, quien me envolvió en un delicado papel de color lila y puso una cinta alrededor de mi macetero. El se veía tan bello y yo no daba más de felicidad. Me iría por fin con él porque ahora yo le pertenecía.

Llegamos a una casa de murallas blancas y rejas verdes. Tan pronto él abrió la puerta, se asomó una mujer a recibirlo. El estampó un beso en sus labios y me entregó a ella con soltura. Me sentí traicionada, ¿cómo era posible que me regalara así? Me dieron ganas de llorar y dejarme caer de sus manos para demostrar mi ira y mi dolor, sin embargo, no tuve ayuda de mi amigo viento y nada pude hacer. Así que me resigné a ser feliz con sólo verlo.

Diariamente esperaba que él llegara a la casa. Me habían puesto en un costado de la terraza, cerca de la ventana de su habitación. El salía a verme en las mañanas antes de irse y en las noches cuando volvía de su trabajo. La misma dinámica que ya conocía de él, en las mañanas siempre acelerado y en las tardes en otro estado, más pausado. Me encantaba el de las tardes, era más armónico con mi vibración y sentía que podía leer más en él. Adoraba esos momentos donde él se sentaba a mi lado a leer sus libros o a hablar por teléfono con sus compadres, me sentía parte de su espacio íntimo, a ese que no entraba cualquiera.

Un día lo vi hacer sus maletas y me asusté muchísimo. Ella le gritaba constantemente hasta que él salió de la casa con sus pertenencias… por suerte entre esas estaba yo. Subimos al auto y él golpeó con violencia el volante y comenzó a sollozar sobre él. Hice mi mejor esfuerzo y estiré mis brazitos para poder tocarlo y darle un poco de apoyo en esos momentos que parecía que todo se caía en su mundo. Sólo conseguí tocar su chaqueta pero creo que él no lo notó.

Esa noche me puso cerca de su velador y me habló por horas. Lo mejor fue cuando de sus labios salieron las siguientes palabras:

-Mi querida Passiflora, eres lo único que tengo en este mundo ahora.

Entonces me sonrió y me sentí de nuevo como cuando pasó por la tienda aquella mañana. Esta simple planta no le era indiferente, me veía y yo existía para él. ¡Qué felicidad!

FIN

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Porque el amor no es exclusivo del ser humano, dedicado a todos los seres que pueden experimentarlo...

domingo, 29 de enero de 2012

La venganza

Tadeo recogió sus cuadernos del suelo. Estaban llenos de polvo así que les pasó la manga de su camisa de un lado a otro para sacar el color plomo de las cubiertas. El resto de las personas le observaba con detención, esperando una reacción del muchacho ante la agresividad de la que había sido víctima. Sin embargo, el chico continuaba limpiando las cubiertas con prolijidad y ni siquiera tomando en cuenta a quién le había tirado sus pertenencias al suelo.

Frente a Tadeo había un joven mucho más grande que él en tamaño y en edad, el que le miraba desafiante y en posición de ataque.

-¡Vamos! ¡acá te espero! ¿no vas a hacer nada al respecto?

El muchacho seguía limpiando sus cuadernos y no respondió a la provocación verbal.

-¡No puedo creerlo! ¿Qué es lo que ve ella en ti? No veo que tengas algo fascinante ni nada por el estilo. Ni siquiera eres valiente… ¡eres un pelmazo! ¡un bueno para nada! ¡no tienes ni una gracia!

Tadeo le miró unos segundos y sin decir palabra alguna, se dio vuelta y salió de su vista.
El otro muchacho le miraba sin dar crédito a sus ojos.

-¡Se los dije! ¡es un cobarde! Ni siquiera luchó. No necesito conocerlo más para darme cuenta la calaña de tipo que es ¡no vale nada!

Las risotadas de los acompañantes del agresor de Tadeo fueron estruendosas. El muchacho ya había desaparecido de sus vistas pero sintieron la necesidad de marcar la burla aún más fuerte, por si andaba cerca o escondido detrás de algún pilar.

El grupo de jóvenes entró en el casino y siguieron la fila de las bandejas para sacar sus respectivos alimentos. Una vez sentados en sus mesas, siguieron comentando sobre lo sucedido y de cómo era posible que un tipo así impresionara a alguien.

De pronto, el agresor de Tadeo sintió que lo tomaban por el cuello y lo tiraban al suelo. De espaldas pataleaba y pedía ayuda a sus acompañantes que lo miraban impresionados y sin entender lo que sucedía.

-¡Ayúdenme! Algo me está tirando del cuello.
-Pero no vemos nada… ¿qué te sucede?

Repentinamente un segundo también cayó al suelo y se quejaba de lo mismo.

Los otros se asustaron y se levantaron de la mesa, la que empezó a vibrar con violencia. Los alimentos comenzaron a revolverse entre las bandejas y una de ellas salió volando y fue a dar a la cabeza de uno de los que se habían levantado de la mesa. Al ver esto, dos de ellos comenzaron a correr, uno se tropezó de la nada y cayó al suelo siendo arrastrado por el piso hasta llegar a la mesa donde todo sucedía. El otro alcanzó a llegar hasta la puerta y de pronto sintió que lo tiraban de un brazo, comenzó a gritar desesperado pidiendo ayuda, mientras el resto de las personas que estaban en el casino no podían creer lo que veían. El agresor de Tadeo logró liberarse de lo que lo sostenía en el suelo y se levantó, comenzó a correr y de pronto sintió una fuerza grande que lo levantó y lo lanzó hacia afuera del casino, cuando logró ponerse de pie gritando despavorido, volvió a sentir esa fuerza extraña que nuevamente lo levantó y lo arrojó contra la pileta del patio de la universidad. Ahí se quedó unos minutos tratando de calmarse para luego salir de ahí desorientado, se arrastró un poco hacia afuera y levantó la cabeza.

Todas las personas en el patio de la universidad lo observaban atónitas. El no podía creer lo que había sucedido, no había explicación lógica para todo eso.

Levantó la vista del suelo y varios metros más allá estaba Tadeo. El muchacho agresor sintió un tremendo escalofrío que recorrió su cuerpo al verlo.

Tadeo le miraba con expresión de satisfacción y le sangraba la nariz. Eso no parecía importarle ni molestarle porque se limpió con su manga y en un abrir y cerrar de ojos, Tadeo ya no estaba ahí, sino que a su lado. Se agachó y le tendió la mano para ayudarle a levantarse.

El muchacho agresor comenzó a tiritar de miedo y no quiso aceptar su ayuda.

Tadeo se encogió de hombros, sonrió y antes de alejarse tranquilamente, le dijo:


-Eso se llama telequinesis… y ahora dime, ¿cuál es tu gracia?



FIN

domingo, 1 de enero de 2012

Quisiera

Libre quisiera ser de estos pensamientos esclavizantes, que me atacan noche a noche privándome de las horas de descanso y de la posibilidad que me entrega el universo de soñar contigo. De imaginarte a mi lado tal cual te veo, cercano, real, sonriente y tranquilo. Y entonces me digo, ¿pensarás realmente en mí o sólo lo imagino?

Quisiera no sentirme morir cuando abandonas la habitación para no volver a verte hasta el día siguiente. Imaginar tu presencia lejos de mí, se vuelve una agonía constante. Las horas se tornan oscuras y tediosas, pero luego apareces de nuevo, me sorprendes y todo lo olvido. ¿Será que me extrañas tanto como lo ansío?

Temeraria quisiera ser y no dudar por un segundo en llegar hasta ti y estampar en tu rostro un beso. Sentir la suavidad de tus manos y perderme en el brillo proveniente de tu mirada de fuego, esa misma que me das cuando paso a tu lado y en silencio. Minimizar la distancia entre nosotros y sentir que invades mi espacio con tu risa y encanto. ¿Sentirás tú ese mismo anhelo?


Valiente quisiera ser y no quitar mi vista de tus ojos cuando los encuentro en mi camino, no pensar en el rubor de mis mejillas ni en tu expresión triunfante al notarlo. ¿Será que lo haces porque te das cuenta de mi gran lucha interna y te sientes feliz de haberme vencido?

Quisiera aún más tantas cosas...


Tus palabras emitidas con soltura, frases completas con sujeto y verbo, más que monosílabos, sentir que te sientes confidente y que dejas fluir tus sentimientos hacia lo que nos hace suspirar diariamente... Que abras tu corazón y te dejes guiar por él.

Que avances dos pasos y no retrocedas tres, dejándome confundida sin entender la razón de tu inconstancia.

Que no hubiese interrupciones en esos momentos en los que nos conectamos expresando lo que nos emociona de la vida, minutos cortados que nos dejan un sabor amargo y frustrante al no poder explayarnos.

Que atraparas mi mano al pasar buscando prolongar el encuentro improvisado... Que no lo pensaras tanto antes de ejecutarlo.

Que no huyas de mi cuando me siento más fuerte y reclamo tu atención, evitando así no sentirme valorada... Abandonada a mi suerte como si no te importara.


Quisiera que dieras el primer paso y cruzaras el puente que hay entre nosotros, día a día llego hasta la mitad y te saludo, esperando que en algún momento dejes atrás lo que te detiene y corras hacia mí, me sonrías, me abraces y me digas lo que sientes, lo que pasa por tu mente, lo que hay en tu corazón y lo que significo en tu vida.


Quisiera dejar de especular e imaginar, para así vivir y descubrir juntos lo que nos sucede... Sin temores, sin prejuicios, sin diferencias, conocernos, aceptarnos y fluir hasta reencontrarnos en nuestra esencia... Eso quisiera.

FIN

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Para aquel que también quisiera...