Mi blog...

Por fin me he decidido a crear mi propio blog. Fue un paso difícil, principalmente por razones de tiempo pero ya estoy en la red. La finalidad de este espacio es compartir mis escritos y hacer comentarios respecto de lo que quiero expresar.

Estimados Navegantes, espero disfruten la visita por "mi esquina literaria" que también tiene otros temas que pueden ser de su interés. Mis saludos.


sábado, 20 de noviembre de 2010

El rehén

Sid caminaba tranquilo por la avenida. Los vehículos que pasaban por su lado no llamaban su atención. Se encontraba absorto en la música que escuchaba a través de los audífonos. Sentía que el mundo era toda una pieza musical y que con cada sonido todo seguía un movimiento determinado.

En la esquina de Isidora Goyenechea con El Bosque Norte el semáforo cambió a rojo, por lo que se detuvo y observó su entorno. A su lado había una chica de falda muy corta. Sid se preguntaba cómo lo haría para sentarse sin mostrar más de la cuenta. Más allá había una señora que cargaba dos bolsos de mano y una cartera. El se imaginaba que era de esas personas que se llevaban toda su casa cada vez que salían. Un tipo que fumaba nervioso le miraba de reojo, Sid sentía que ese hombre no debía andar en buenos pasos. Un abuelo que apenas se sostenía en sus piernas llamaba su atención. Sid creía que era de esos viejitos porfiados que nadie lograba dominar y que hacían lo que querían, ¿por qué andaría solo en la calle?

Luz verde por fin. Sid miró cuidadosamente y cruzó la avenida. Siempre conectado a su música, ingresó a una sucursal bancaria. De su bolsillo sacó un cheque y se aproximó al mesón para escribir la papeleta de depósito. Totalmente ensimismado y sin poner mayor atención a su entorno, siguió escribiendo cada palabra y número al ritmo de la música que escuchaba.

Una vez que finalizó el proceso de llenar la papeleta, se dirigió hacia las cajas. Se colocó en la fila y esperó su turno. Su entretención ahora consistía en mirar hacia la puerta y ver a las personas que ingresaban a la sucursal.

De pronto vio entrar a la chica de la falda corta. Segundos después ingresó la mujer con los bolsos varios. Al rato vio al tipo nervioso entrando. Posteriormente al abuelito porfiado. “Qué extraño” se dijo, “es el mismo grupo que estaba afuera en el semáforo”.

Repentinamente la mujer de los bolsos sacó un rifle y disparó hacia el techo, produciendo un griterío general de todos los presentes.

-¡Manos arriba! ¡Esto es un asalto!

Sid estaba estupefacto. Alcanzó a escuchar el disparo de la mujer y se sacó los fonos de los oídos de inmediato.

-¡Todos los weones al suelo! – gritó la mujer de la falda corta sacando una pistola desde su cartera y apuntando a diestra y siniestra.

-¡Hagan lo que les dicen y nadie saldrá herido! – gritó el tipo nervioso con un arma en sus manos.

-¡No intenten nada estúpido! – gritó el abuelito porfiado.

Sid no daba crédito a sus ojos, jamás se habría imaginado que todos ellos eran una banda de delincuentes. Se tiró al suelo como pudo y comenzó a rezar, tratando de calmar su respiración. Boca abajo, sólo podía ver los zapatos de los maleantes. Escuchaba con detención sus movimientos y de pronto notó que uno de ellos se detuvo frente a él. Sintió un dolor estomacal fulminante, ¿por qué no seguía su camino?

-Me parece que éste podría identificarnos – dijo la mujer de la falda corta.

-¿Tú crees?, entonces tráelo porque vamos a tener una charla con él – dijo el abuelo porfiado.

Sid estaba desesperado, no podía mantenerse en pie mientras el tipo nervioso lo arrastraba para llevárselo por una salida lateral.

-¡Estamos listos! ¡el dinero ya es nuestro! ¡vámonos! – gritó la mujer de los bolsos.

El grupo salió corriendo por la puerta lateral y se subieron raudamente a un vehículo que estaba estacionado. La mujer de los bolsos lo echó andar con maestría y salieron hacia la avenida principal.

-Por favor, no diré nada porque no sé nada – trataba de convencerlos Sid.

-¡No es cierto! Nos miraste de pies a cabeza cuando estábamos en el semáforo – gritó la mujer de la falda corta.

-No quiero morir, sólo quiero que me dejen tranquilo, por favor – suplicaba Sid.

-¡Cállate weon! – gritó el tipo nervioso colocando un arma en la cabeza de Sid.

La calle estaba despejada como nunca lo había estado antes. Sid rezaba y pedía al cielo que llegaran luego los carabineros y lo salvaran de esta terrible pesadilla. “No debería de haber ido al banco hoy”, pensó.

Avanzado unos metros, el sonido de las sirenas de los carabineros los puso más nerviosos.

-¡Apúrate! – gritó el abuelo a la mujer de los bolsos.

-¡Hago lo que puedo! ¡esta chatarra no corre más!

Sid sentía que el estómago le bailaba de un lado a otro, los nervios lo tenían al borde de la desesperación. Sin saber cómo, se tapó la cara y comenzó a gritar.

-¡Los van a pillar! ¡los van a pillar!

-¡Cállate weon! – gritó el tipo nervioso mientras le pegaba con el arma en la cabeza.

-¡Cálmate que se te puede salir un tiro! – gritó la mujer de la falda corta.

-¡Cállense todos los weones allá atrás porque puedo matarlos a todos! – gritó el abuelo porfiado.

De pronto el tipo nervioso apretó el gatillo y el disparo salió directo al corazón de la mujer de la falda corta, la que cayó con la mirada perdida.

-¿Qué hiciste? – le gritó el abuelo porfiado.

-¡No! – gritó el tipo nervioso - ¡dejé la cagá! – y mirando a Sid - ¡vos tenis la culpa maricón de mierda! – y apuntó el arma a disparar.

En ese momento la mujer de los bolsos pasó un lomo de toro y todos saltaron por la rapidez con que iba el vehículo. Sid aprovechó de empujar el brazo del tipo nervioso en otra dirección, quien disparó a matar nuevamente. El tiro dio en la cabeza del abuelo porfiado, el que se desvaneció de inmediato.

-¡Noooooo! – gritó el tipo nervioso tomándose la cabeza con las dos manos.

Sid estaba aterrorizado, ya iban dos tiros y había logrado salvarse. El tipo nervioso estaba enfurecido y volvió a apuntar el arma hacia su cabeza. Sid pensó que era el final.

Un fuerte golpe y el vehículo se fue contra un poste a toda velocidad. La mujer de los bolsos se azotó la cabeza y ya no respiraba. El tipo nervioso salió ejectado por el parabrisas y Sid se agachó sacudiéndose totalmente con el impacto en el asiento trasero. A lo lejos se escuchaban las sirenas acercándose. Todo le daba vueltas y sentía el cuerpo apaleado. Definitivamente no debió ir al banco hoy.

FIN

martes, 9 de noviembre de 2010

El dilema

Manu observaba la pantalla de su celular con impaciencia. Hacía cinco segundos que la había mirado, pero había decidio volver a chequearla por si las dudas. Ningún llamado todavía. Suspiró profundamente y sin soltar el aparato de sus manos, se levantó de su asiento. Se dirigió hacia la cocina y bebió un vaso de agua. Sentía el estómago tan apretado que parecía que el brebaje le quemaba las entrañas. Sabía que tenía que calmarse porque en cualquier minuto llamaría Pascuala.

El celular sonó. Manú miró la pantalla y suspiró aliviado.

- ¿Aló?
- Manu, ¿ya se lo dijiste?
- Hola Paco. No, no me ha llamado... tampoco ha llegado.
- Manu, tienes que calmarte, suenas muy nervioso.
- Sí, estoy ansioso, ya quiero pasar por esto de una buena vez.
- No me digas eso que ya no te lo creo. Lo has intentado tantas veces pero siempre te quedas en silencio y no le dices nada.
- Lo sé Paco, lo sé... no es fácil. Es que la conozco tan bien.
- Hum... sí ese podría ser tu conflicto más grande, porque de no conocerla tan bien, ya te habrías atrevido.
- Sí, lo sé - le tiritaba la voz - tengo el estómago hecho pebre.
- Vamos viejo, cálmate, ¿qué podría salir mal?
- Pues nada, ¿verdad? que me rechace sería poco, ¿no es cierto? - dijo en tono irónico.
- Bueno, no lo tomes así, Pascuala no te haría eso.
- Es que la conozco, sé que ha luchado mucho por surgir y un tipo simple como yo no sería precisamente su primera opción romántica.
- No te tires al suelo, date ánimos y repite conmigo: "me la merezco".
- Ok, "me la merezco" - cerró los ojos y agregó de inmediato - no puedo decírselo, Paco, se me aprieta el estómago, creo que voy a vomitar...
- ¡Pero Manu! sé un hombre y dílo, como salga, que no te importe, sólo dilo, si sigues guardando esto por más tiempo te hará daño.
- Ok, ok, ok.

El sonido del timbre interrumpió la conversación.

- Paco, debe ser ella
- Tranquilo Manu, respira profundo y sólo dilo.
- Ok - dijo tratando de tranquilizarse- gracias Paco.
- Suerte amigo, luego me llamas.
- Bien, te llamo.

Cortó el teléfono y como pudo llegó a la puerta. Se tomó unos segundos para trabajar la expresión de su rostro y abrió la puerta con serenidad. En el pasillo se encontraba una muchacha de ojos claros, cabellera desordenada y jeans ajustados que le miraba sonriente.

- Hola Manu - y tiró los brazos al cuello del muchacho abrazándolo con fuerza.
- Hola Pascuala, qué rico verte - Suspiró profundo mientras duró el abrazo y luego que se separaron le dijo - pasa por favor.
- Gracias. Oye, traje una ensalada desde mi casa, espero no te importe porque sé que tú comes sólo carne, jejeje.
- Sí, bueno, no era necesario, tengo lechuguita de la que te gusta.
- Jajaja, sí, bueno, amo la lechuga.

Una vez dentro, la muchacha se dirigió rápidamente a la cocina, sacó un recipiente de plástico y depositó el contenido sobre una fuente. Manu calentó la olla y una vez sentados en la mesa para almorzar, sintió que no podría comer nada.

- Manu, estás pálido, me preocupas, ¿qué te pasa?
- Nada Pascuala, son tus ideas.
- No me mientas, te conozco muy bien. Dime ¿qué sucede?, has estado tan raro últimamente.
- Pues yo... quería... decirte... que... bueno...
- ¿Qué pasa?
- No me interrumpas por favor, me cuesta mucho decírtelo.
- Es que no me dices nada y te juro que no te entiendo, sabes que somos amigos hace años y que puedes decirme lo que quieras, pero ¿por qué esa manía de balbucear y no decir nada en concreto?
- Pascuala déjame hablar, es importante.
- Bueno, dále, escucho.

Manu la miró unos segundos. Ahora tenía toda la atención de Pascuala, era el momento para hacerlo.

-Pascuala nos conocemos hace tiempo... y...
-Manu, eso ya lo sé...
-No me interrumpas, Pascuala - subió la voz Manu.

Ella lo miró anonadada y se quedó en silencio.

-No he podido dejar de pensar en ti - dijo por fin.
-Sí, es natural, somos amigos y te preocupas por mi, pero te aseguro que...
-¡Pascuala, estoy enamorado de ti!

Silencio absoluto... la muchacha soltó el tenedor y éste se azotó contra el plato, lo que había producido un sonido sordo en la habitación.

Manu la miraba asustado... no podía imaginar cómo reaccionaría ella luego de tremenda bomba que él había soltado.

-¿Por qué, Manu?

El abrió los ojos y suspiró profundo.

-No, Manu, explicame por qué, ¿dime por qué te demoraste tanto en decirlo?

FIN

sábado, 4 de septiembre de 2010

A primera vista

Cierro los ojos y veo un prado hermoso, flores por doquier; un cielo azul envolvente y alucinante. Las nubes parecen de algodón y los rayos del sol me energizan. Suspiro y el sonido del cierre de puertas del metro me saca de mi estado de ensueño. Son las 8:00 y tengo 1 hora para llegar a mi destino… mi trabajo.


A mi lado mucha gente se mira sin verse, caminan hacia el interior del carro apretándose unos contra otros, en una cercanía muy impersonal y que espantaría a los abuelos de mis padres. No creo que en su época hayan imaginado llegar a compartir su espacio personal con tanta gente extraña.


Espero que el metro no se detenga mucho rato en cada estación. Todas las mañanas se hace difícil llegar a la hora debido a estos imprevistos que se están volviendo tan comunes hoy en día. Cierro mis ojos y ahora veo una playa de arena blanca, agua turquesa y un atardecer de colores rojizos.


La frase “deje bajar antes de subir” que sale del parlante me vuelve a traer a la realidad. Me irrita que no me dejen soñar con la libertad que quisiera, así no sería tan tedioso el viaje.


– Permiso – dice una señora de grandes dimensiones, empujándome contra alguien a quien no puedo verle la cara.

– Disculpe – digo con humildad a quien he chocado involuntariamente.

–No se preocupe – dice una voz masculina.


Levanto la vista y le observo. Ojos color miel, piel blanca, cabello negro y desordenado… parecía salido de mis sueños de abstracción de los que me valgo para hacer una situación difícil más llevadera.


Sonrío, creo que me sonrojo y trato de alejarme unos centímetros. Pasamos la estación Macul y se abren las puertas. Más gente entra al carro y me pregunto si esto tendrá algún límite. Suspiro nuevamente y cierro mis ojos… ahora camino descalza por el pasto, siento el rocío del amanecer en mis pies, mis dedos se abren y cierran fascinados con la textura de la naturaleza.


–Córrase, hay más espacio en el medio – alega una mujer a otra que no parece inmutarse.


Qué lata que las personas escojan pelear tan temprano, ¿se darán cuenta que no sólo se echan a perder el día a sí mismas si no que a todos los que vamos dentro del carro? Cierro mis ojos y estoy balanceándome en una hamaca, tengo un libro en mis manos pero no lo leo, estoy mirando el cielo y el hermoso amanecer. No estoy sola, a mi lado hay un hombre que me acaricia el cabello con dulzura. Giro mi cabeza y lo veo… el mismo hombre de ojos color miel, piel blanca, cabello negro y desordenado del metro. Abro mis ojos asustada y él aún está a mi lado. Veo su reflejo en la ventana. ¿Cómo es que llegó a mis sueños?


Intento mirar a otra esquina del carro, pero la curiosidad me hace volver a buscarle en el vidrio. Ha cerrado sus ojos y aprovecho de observarle con mayor detención. Su cabello se mueve con el viento, me gusta el efecto que produce en su rostro, no se ve estresado. Cierro mis ojos y estoy sobre un bote, navegando en un lago, mis manos tocan el agua, mis dedos dibujan círculos en ella y escucho una risa encantadora, es de nuevo él sentado frente a mí en ese bote. Abro mis ojos y él habla por celular, se está riendo.


Suspiro extrañada porque ya se ha metido dos veces en mis sueños. ¿Qué se habrá creído?


Estación Grecia y más gente entra al carro. Está haciendo mucho calor e intento abrir la ventana. Dos manos me ayudan, es él.


–Gracias – le digo sonriendo y vuelvo a ponerme colorada.

–De nada – me dice.


Cierro mis ojos y estoy corriendo por un bosque de árboles frondosos, no puedo ver el cielo pero tengo claro hacia dónde voy. Alguien me persigue pero no tengo miedo, la sensación es placentera y me rio sin parar, con esas risitas nerviosas típicas de nuestro género. Unos brazos fuertes rodean mi cintura y me hacen girar, levanto la vista y le veo, es nuevamente él. Acaricia mi cabello, se acerca y me besa suavemente. No quiero despertar. Atrapo su mano y mis piernas flaquean, me palpita el corazón tan rápido que me cuesta respirar. Las mariposas en el estómago me hacen temblar. No quiero soltarlo, sólo quiero quedarme ahí en mi sueño, no quiero ir a trabajar, no quiero estar en el metro, no quiero la bulla de la gente, no quiero ese calor tan sofocante… sólo quiero gozar de ese momento tan mágico.


– Estación terminal Tobalaba, todos los pasajeros deben descender – dicen por el parlante del carro.


Abro mis ojos y con mucha vergüenza descubro que nuestras manos están entrelazadas. Él no se mueve, yo tampoco y nos miramos el uno al otro en el reflejo de la ventana. Se nos acerca un guardia de chaqueta amarilla, nos dice que tenemos que bajar. Me muevo hacia la puerta y salgo del carro, voy hacia la escalera y subo. Salgo de la estación y ojos color miel va mi lado, aún sin soltar mi mano.


FIN

jueves, 2 de septiembre de 2010

El golpe

Rohir esperaba con paciencia que las luces se apagaran. Ocultos tras un árbol, él y Pelayo se preparaban para el gran golpe. De vez en cuando las luces de algún vehículo los ponía algo nerviosos, pero tan pronto se alejaba, volvían a concentrarse en el plan de ataque. Pelayo sacó un papel arrugado de su bolsillo el que tenía un dibujo. Sobre el esquema improvisado le indicó a Rohir por dónde entrarían. Este asintió y se frotó las manos en señal de ansiedad.

- Rohir, ahora no te pongas histérico, no es el momento - criticó Pelayo.
- Lo sé, lo siento... es que esto es tan extraño.
- Vamos, no te arrepientas, todo es perfecto, no podemos fallar.
- Sí, de acuerdo... voy a concentrarme, lo prometo.
- Más te vale - sentenció Pelayo.

Miraron nuevamente el reloj y por fin la última luz de la casa se apagó. Ahora era sólo cuestión de minutos.

Las 2 am y Pelayo dio la señal. Rohir respiró profundo y se colocó el pasamontañas en la cabeza. Comenzaron a caminar sigilosamente hacia la casa, siempre observando el entorno. Pelayo saltó la reja sin dificultad, mientras que Rohir, a causa de los nervios no logró coordinar la subida, rasgando sus jeans al pasar por una de las puntas del fierro. Pelayo le miró con expresión de disgusto.

- Lo siento - se disculpó Rohir en tono casi imperceptible.
- No voy a repetirlo, pon atención en lo que haces - susurró molesto Pelayo.

Esta vez Rohir sólo asintió y continuó su camino.

Llegando a la puerta, Rohir sacó un desatornillador junto con un alambre y forzó la chapa. Pelayo ingresó lentamente al living y encendió una linterna. Rohir entró tras él e intentó no perder distancia. Silencio absoluto dentro de la casa, los moradores parecían profundamente dormidos. Pelayo mostró a Rohir un par de candelabros de plata envejecida y otros artículos que estaban sobre la biblioteca. Este caminó lentamente hacia ellos y abriendo un bolso los colocó dentro. Pelayo ya había dado con la caja fuerte escondida detrás de un cuadro e indicó a Rohir que se acercara para abrirla. Del bolsillo de su pantalón, Rohir sacó un papel pequeño que contenía unos números y luego de repetirlos en susurro, comenzó el trabajo de abrir la pesada puerta de la caja moviendo la perilla con cuidado. A los minutos la tarea estaba realizada y Pelayo sacó los fajos de billetes desde su interior. Todo estaba saliendo a la perfección.

De pronto el leve sonido de unos pasos les erizó la piel. Habían sido descubiertos.

- No se muevan los weones, los estoy apuntando con una pistola - dijo una voz profunda en la oscuridad.

Rohir sintió un escalofrío recorriendo su espalda y comenzó a sudar. Pelayo permaneció inmóvil un par de segundos, pero una vez recuperado de la impresión, apagó la lintera, quitó la bolsa de las manos de Rohir y la lanzó con precisión propia de un profesional en dirección de quien les apuntaba con el arma. Apenas lo hizo, salió raudamente por la puerta con la bolsa de los billetes en sus manos y se perdió en la noche tan pronto saltó la reja. Rohir aprovechó también el momento para escapar, sin embargo, al llegar a la reja se dio cuenta que el cuerpo ya no le respondía. No se sintió capaz de saltarla, las piernas le pesaban y le faltaba el aire. Una fatiga enorme se apoderaba de él y cayó al suelo de rodillas... su corazón palpitaba lento, a pesar de toda la adrenalina del momento. Un dolor agudo punzaba en su estómago, así que puso su mano derecha sobre él. Con horror sintió la sustancia viscosa y su fuerte olor emanando desde su interior. Le habían disparado.

Cayó finalmente de espaldas y mientras continuaba luchando por captar un poco de aire, el atacante ya se encontraba a su lado y había retirado el pasamontañas de su rostro. Apuntó su cara con la linterna. A su lado había otra figura que Rohir reconoció de inmediato.

- Leticia, ¿no es este Rohir, tu pololo?

Con lágrimas en los ojos la muchacha asintió.

Rohir respiraba cada vez más pesado, miraba la reja y ya no sentía el frío suelo, parecía que flotaba. El aire era cada vez más escaso en sus pulmones y el ritmo de su corazón más lento. Estaba solo. Pelayo había escapado y ahora él también se había ido.

FIN

jueves, 19 de agosto de 2010

Primeras impresiones

Caminaba por calle Loreto de noche luego de un carrete mortal con mis compadres de magíster. Habíamos tomado mucha cerveza celebrando el fin de semestre, así que lo único que quería era tomar un taxi e irme a casa.

En la esquina bajo un árbol frondoso, había una mujer muy linda que estaba de pie esperando movilización. Parecía una muñeca, vestía de rojo y su cabellera larga era impresionante. Aceleré el paso por si el destino me permitía intercambiar palabras con ella, aunque fuese sólo preguntarle la hora.

Cuando llegué al paradero, ella me dirigió la palabra:

–¿Tenís fuego?

Su voz era algo diferente, causó impresión en mi memoria auditiva y me quedé un par de segundos estupefacto procesando su tono grave.

–Sorry, no fumo.
–¿No fumai? ¡qué raro!

Me molestó un poco su rapidez para emitir juicios sobre mi persona sin conocerme.

–¿Y qué tiene? – dije algo incómodo.
–No, nada… pero debes ser de esos tipos lateros que anda reclamando por la vida cuando uno prende el pucho.

Me incomodé aún más y solo emití un gruñido, para hacer notar que no tenía intenciones de ahondar en el tema.

–¿A qué te dedicai?

La miré unos segundos antes de responder. Tal vez jugar un rato no vendría mal.

–Soy cirujano plástico – mentí.
–¡No!, ¿en serio?
–Sí, estoy cursando un magíster y hoy estaba celebrando el fin de semestre con mis amigos.
–¡Vaya! Felicitaciones.
–Gracias. ¿Y tú?
–Soy asesora de imagen.

La volví a mirar y me dije que una mujer bella como ella tendría que tener una ocupación en el mundo de la moda.

–Cuando te vi pensé que eras modelo.
–¿En serio? – rió fuerte y su voz volvió a dañar mis oídos. – ¿Te gusto? – se atrevió a preguntarme abiertamente.

Me sentí incómodo unos segundos y respondí que sí. Se acercó y me besó. Quedé helado, pero aproveché el momento.

Ella se retiró lentamente, levantó la mano e hizo parar el taxi que se acercaba.
La miré anonadado y cuando se iba a subir le dije:

-No te vayas, todavía no... - y le tomé la mano tímidamente.

Se volteó sonriente y me pidió que la acompañara.

Nos subimos al taxi y llegamos a un Pub al final de calle Loreto. Tenía un letrero luminoso que no alcancé a leer y estaba lleno de humo y un olor fuerte a licor. No me importaba porque a mi lado caminaba la mujer perfecta y me sentía tan emocionado de que me vieran junto a ella. Mi corazón palpitaba rabiosamente y sabía que en cualquier minuto me lanzaría a la vida y volvería a besarla.

De pronto se acercó una mujer de aspecto extraño pero las luces no me dejaban verla bien, le trajo un trago a mi acompañante y le susurró algo al oído. Ambas rieron y parecían observarme de pies a cabeza, me sentí deseado.

Nos pusimos a bailar los tres, no importaba que su amiga no fuera tan agraciada, solo quería estar con ella.

La música llenaba mis oídos y mi corazón volvía a latir con fuerza. Me ofrecí a buscar un trago para las dos, me acerqué a la barra y miré la pista, noté que habían pocas mujeres en el local. El barman me cerraba el ojo y me decía que era afortunado. Yo sonreí y le dije que ya lo sabía.

Cuando volví a su lado, una estruendosa pelea en un extremo del local acabó abruptamente con la atmósfera de conquista, todo el mundo empezó a correr y las pocas mujeres gritaban como locas.

La tomé de la mano y salimos corriendo. Ella se dejó llevar y por unos minutos nos olvidamos de su amiga.

–Te mentí – le dije cuando llegamos a la esquina – no soy cirujano. Soy Ingeniero Comercial.

Mi confesión no pareció impresionarla.

–No importa – respondió – yo también mentí, no soy asesora de imagen, soy peluquera.

Sonreí. Me besó nuevamente.

–¿Puedo llamarte? – pregunté sujetando su mano.

Ella sacó un papel y un lápiz de su cartera y anotó su número telefónico. Levantó su mano e hizo parar un taxi que apareció de no sé dónde.

De pronto desde el local salió su amiga, cuyo rostro observé con horror. Tenía facciones evidentemente masculinas y corría como loca en dirección al taxi. Me quedé helado al ver que la travesti se subía al vehículo y le decía a mi mujer perfecta:

–Súbete Tito, mira que ahora sí que nos pillan los tiras y nos vamos presas.

Ella subió al vehículo rápidamente y la vi desaparecer por calle Loreto. Miré el papel que aún estaba en mi mano y junto con un número telefónico estaba escrito su nombre dentro de un corazón: "Tito"

FIN