Mi blog...

Por fin me he decidido a crear mi propio blog. Fue un paso difícil, principalmente por razones de tiempo pero ya estoy en la red. La finalidad de este espacio es compartir mis escritos y hacer comentarios respecto de lo que quiero expresar.

Estimados Navegantes, espero disfruten la visita por "mi esquina literaria" que también tiene otros temas que pueden ser de su interés. Mis saludos.


viernes, 26 de agosto de 2022

A través del espejo

Había todo un mundo dentro esperando ser descubierto. No tenía idea que pudiese ser tan fácil llegar a él, pero ¿quién podía realmente saberlo?

Una noche en mis sueños pude sentir una voz llamando mi nombre y esa voz sonaba tan familiar, aun cuando jamás tuve noción de haberla escuchado antes.

“Ven, vamos a caminar. No tienes que mover los pies realmente, sólo debes desearlo y se cumplirá” Me decía cada noche esa voz, y luego de despertar, sentía que había tenido el sueño más extraño y que, por desgracia, ya era recurrente.

No quise realmente darle mayor importancia en mi día a día. Continuaba con mis actividades habituales y para nada recordaba las sensaciones que ese sueño me entregaba cada vez que lo experimentaba.

“Ven, vamos a navegar. No tengas miedo, no importa que no sepas nadar, a mi lado nada malo te ocurrirá”. ¿Qué quería de mí esa voz realmente?

“Ven, salta conmigo y no temas que al fondo del mar no llegarás, te sostendré antes que puedas caer”. Sí claro, si me desesperaba sentir el agua en mi rostro cada mañana en la ducha e iba a creerle a esa voz que tanto me insistía en que hiciera todo lo que me pedía, ni pensarlo.

Comencé a preocuparme porque los sueños iban variando. Ya no eran las mismas frases, no era el mismo espacio físico, ni los mismos colores. Mi forma también cambiaba, a veces veía mi reflejo como un hombre joven, otras como alguien más viejo, y otras como una niña pequeña, un bebé gateando… era un sueño recurrente pero cada vez más extraño. Mis formas no eran las mismas, mas el sonido de la voz sí lo era.

En las noches antes de dormir, intentaba pensar en otra cosa. “Pensamientos lindos para tener sueños lindos” me decía una y otra vez. Pero no importaba, ahí estaba esa voz interrumpiendo mis paseos oníricos una y otra vez para que hiciera lo que me pedía.

Una noche, ya cansada de su intervención, la enfrenté. “¿Qué quieres de mí? ¿por qué me incomodas con tus apariciones y frases sin sentido?” Comencé a correr en un mundo desconocido sin dejar de gritarle “¡déjame en paz! ¡solo quiero descansar! ¡no me molestes!”

Entonces pude sentir que tomaba de mis brazos y me impedía avanzar. “Puedes correr todo lo que quieras, pero acá voy a estar, siempre para ti”. Cuando pregunté por qué era tan insistente me dijo: “te has olvidado de tu ser en tu afán de funcionar en tu dimensión. ¿Por qué huyes? ¿no ves que mientras más corras de ti misma no puedes huir?”

Entonces me volteé decidida a ver por fin a quien pertenecía esa voz, y así fue como pude ver a mi sombra sosteniéndome. No había un rostro ni expresión definida, pero sabía que era mi sombra. La sentí como si fuese mi propio cuerpo en duplicado. Imagino que los gemelos idénticos pueden a veces perderse en la imagen del otro igual a sí mismo, confundirse en donde termina uno y donde empieza el otro.

“Mírame, eres tú, somos tú”, logré calmarme un momento y escuché con atención.

- Míranos, estamos acá porque insistes en seguir hacia adelante sin realmente observarte. ¿Por qué no te miras a través del espejo y logras ver quién eres?

- ¿Y qué es exactamente lo que tengo que ver?

- A ti.

- Pero lo hago todo el tiempo, todas las mañanas a través del espejo

- No lo haces, solo miras, pero no te ves.

- ¿Y qué es lo que debo ver?

- Tu centro

- ¿Cuál sería?

- Si tengo que responderlo entonces no lo has visto aún…

- No me vengas con juegos, si tienes que decirme algo puntual, hazlo ya porque tengo mucho aún que soñar.

- Eso es, mucho que soñar y nada que experimentar.

- Pero no entiendo, ¿no se supone que mis sueños me inspiran?

- Sí, pero tienes que concretar, es el paso que está faltando. Mírate, acá estamos pegados en un sueño recurrente porque no has querido poner atención a las señales que cada noche te he estado dando. Si escucharas, si entendieras el mensaje, si dejaras de dar vueltas en círculos… si lograras caminar hacia donde realmente tu corazón quiere llevarte, quien sabe dónde estarías hoy. Este sueño dejaría de ser recurrente, podrías por fin avanzar y soñar nuevas aventuras. Te olvidas de lo que te motiva, de lo que te levanta cada mañana, lo que hace que abras los ojos a esa dimensión que tú llamas realidad.

- La posibilidad del día a día…

- Bien, vas entendiendo.

- Entonces, ¿me estás diciendo que no he estado viviendo como realmente debería?

- Vamos, puedes hacerlo mejor

- ¿Qué no he estado presente en lo que estoy viviendo?

-Bien, vas entendiendo.

- ¿Que deseo demasiado y que cuando logro algo no lo puedo aprovechar porque sigo deseando algo más y más?

- Creo que ya entendiste. Hay todo un mundo por descubrir, ya diste un paso para salir del círculo. Trata de no devolverte, reflexiona y cuando lo sientas deja de reflexionar. Las respuestas no están en otro lugar. Ya lo vas descubriendo.

Curiosa experiencia en un mundo desconocido y que siempre me ha generado respeto y cierto temor.

- Ok, creo que entiendo la preocupación y la necesidad de insistirme en esto todas las noches. Te lo agradezco. ¿Hay algo más que quieras decirme hoy?

- Solo no te olvides de darte cuenta de que eres feliz más veces de las que notas.

Creo que está amaneciendo y ya voy a tener que salir de esa experiencia bellamente extraña en la que estoy. Me giro hacia mi sombra y le agradezco una vez más.

- ¿Volverás a insistirme si no encuentro el camino?

- Tranquila, nunca voy a abandonarte. Te lo dije, siempre estaré contigo.

Los rayos del sol entrando por un costado de la cortina y dándome en el rostro. El despertador sonando insistentemente y no salto de la cama como lo hago habitualmente. Me desperezo, sonrío y me digo: “Buenos días”

 

FIN

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 (Dedicado a las nuevas y desafiantes experiencias del día a día.)


jueves, 30 de agosto de 2018

Angustia


Me voy a calmar… no diré ni una palabra, ni chistaré, no me moveré, no gesticularé si quiera. Me muero por estornudar, pero si lo hago, la oreja de alguien más retumbará. Me empieza a faltar el aire, levanto la cabeza y busco la brisa. Nada llega porque nada hay. Me quiero mover pero no puedo, hay mucha gente alrededor. Somos un grupo de zombies esperando llegar a la estación terminal. Mejor me quedo donde estoy. Solo deseo bajar del carro, necesito respirar. Me voy a calmar…

FIN

jueves, 16 de junio de 2016

La fiesta en el balcón

La pereza me embarga… camino en sueños pero no me muevo de la cama. Estoy boca arriba con los ojos cerrados y un mundo sucede afuera. Los gritos de mis vecinos, la juerga, la risa desmedida… todo se escucha, todo se filtra, todo retumba.

-Es que me gustaba mucho ¡y ahora no me pasa na!

Risotadas exageradas, vibratos incansables ruidosos y molestos. En mal momento me desperté. ¿Cómo se me ocurre tener oídos tan sensibles? Nada que hacer.

-Pero galla, ¡no podí ser más hueca!

Lluvia de gritos y sonidos guturales a más no poder… creo que a alguien le va a dar un infarto con tanta risa… que respiren por favor, aunque sea un momento.

Me giro hacia el otro lado lenta y pesadamente, intentando creer que desde esa posición no los escucharé más. Error, mis oídos los captan perfectamente.

-Es que yo le he dicho que ronca cuando duerme pero no me cree weón, ¡es porfía!

Otra vez griterío. Ella trata de defenderse entre las expresiones de burla y risas. El insiste que ronca más fuerte, que parece un león, que él se asusta, que se lo va a comer. Los otros lo suben al columpio diciéndole que si no sería mejor que se lo comiera, acaso no es por eso que está con ella y la tortilla se da vuelta, ahora se ríen de él y no paran.

Giro hacia el otro lado intentando encontrar el silencio esquivo, pero pasa lo mismo, siguen sus voces ahí presentes. Ahora encendieron una radio y empezaron a cantar a todo pulmón… mis oídos exigentes sufren con tremenda transgresión.

Bien por ellos, bien por la libertad de pasarlo excelente, pero tengo que dormir, estoy cansada y mañana es un día laboral. Tengo que funcionar sí o sí y tengo pereza de levantarme para llamar al conserje para que los haga callar. Me sucede lo mismo con tomar el celular y marcar a los carabineros. No puedo moverme, no quiero moverme. Si enciendo la luz, el sueño escapará por la ventana y no habrá vuelta atrás, será difícil recuperarlo, me tomará horas y el tiempo para el descanso es preciado. Siento el cuerpo pesado, muy pesado.

Me quedo en silencio e inmóvil, sueño ven… no te detengas, ven, ven, ven, ven…
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Camino descalza, está oscuro y no entiendo que hago en ese lugar. Los ojos me pesan y me parece ha trascurrido mucho rato desde que escuché a los de la fiesta en el balcón.  Cada vez que piso siento crujir el suelo, aún no logro entender qué sucedió. El lugar está completamente destruido, no lo logro identificar. Ingreso a la habitación contigua y también está desierta y la vajilla regada por la alfombra, completamente a pedazos. Pareciera como si hubiese entrado un tornado por la ventana. Las fotos familiares esparcidas por doquier revueltas con restos de platos y comida.  ¿Quién causó esta destrucción?

Abro los ojos con gran esfuerzo y observo. Se parece a mi departamento pero no lo es… ¡qué extraño! ¿Dónde están los moradores?

De pronto reparo en que una de mis manos trae un objeto pesado, siento que lo arrastro en el piso mientras camino. Lo miro y veo un bate de béisbol. Qué raro, si yo no tengo esas cosas… ¿por qué tengo uno en mi mano?  Comienzo a respirar entre cortado, no me gusta para nada esto. Me acerco al balcón y unos restos de colillas de cigarros aún humeantes es todo lo que encuentro. ¿Dónde está la gente? Me vuelvo a preguntar.

Entonces me inclino al borde del balcón y con gran horror veo unos bultos tirados en el primer piso, están boca abajo, inerte.  Un frío sudor baja por mi espalda, miro el bate de béisbol y comienzo a gritar de terror, ¿qué hice?
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De pronto escucho una risa desmedida, similar a la de una hiena.

Abro los ojos y estoy en mi cama, me incorporo y miro mis manos y no hay bate de béisbol, luego mis pies y no hay heridas por cortes, nada de eso. ¡Qué alivio! ¡Fue sólo una pesadilla!

Otra vez la hiena se ríe en el balcón, ahora todos se ríen con ella…


Tal vez deba echar llave a mi puerta, por si en una de esas soy sonámbula.

FIN

lunes, 16 de diciembre de 2013

El viaje

Boca arriba observaba el techo de la habitación. Las grietas de pintura reseca en la madera dibujaban imágenes interesantes para él. Habían unas que parecían unos ojos observando su deterioro. Por meses le habían acompañado en su dolor físico por lo que ya eran viejos amigos.

Giró su cabeza y observó el cielo por la ventana. Que suerte que su cama estuviese en esa posición, la naturaleza invadía su alma con sólo respirar el aire fresco y ver el cielo azul. Su mujer lo sabía, por eso le había pedido a su hermano que trasladara la cama en esa posición, para que pudiese disfrutar de los rayos del sol y de la luz natural.

Trató de mover con su mano la cortina pero no le fue posible. Su cansado cuerpo ya no obedecía sus deseos, por lo que perdió la batalla. Suspiró profundo y se dijo que no importaba ya. En cualquier momento ella vendría como todas las mañanas a saludarle y traerle su alimento. El creía que esta vez no sería tan fácil, podía sentir su garganta seca e inerte, ya no parecía haber muchas energías en su cuerpo para algo tan simple.

Cáncer, le habían dicho en la consulta del doctor y eso cambió su vida. Sabía que iría lentamente sucumbiendo ante lo que eso significaba, sin embargo como buen estudioso de las ciencias milenarias y de terapias complementarias había estado cuidando su ph interno, porque le interesaba más tener calidad de vida que sufrimiento por incrementar su permanencia en esta dimensión. Su mujer lo había apoyado valientemente, pero él sabía que ella lloraba a sus espaldas para no preocuparle y hacerle sentir culpable por su decisión. Hizo cambios radicales, ya no atendía a sus pacientes en la ciudad, ellos iban a verle a su consulta en Pirque. Era un excelente médico en medicina China, con conocimientos de raja yoga, espinología y medicina Ayurveda. También hacía clases en la escuela de Medicina China en el sur del país y todas sus actividades le traían grandes satisfacciones. Ahora postrado en su cama solo pensaba en lo mucho que le hubiese gustado estar sano para seguir viendo a sus pacientes. Ellos eran todo un mundo a descubrir para él y los extrañaba, más que a ellos mismos, independiente del cariño que les tenía,  extrañaba sentirse él como un instrumento de sanación.

Abrió sus ojos y ella estaba ahí. Le estaba limpiando el rostro como todas las mañanas. Le trato de sonreír pero le dolía todo y sólo pudo dibujar media sonrisa. Ella se detuvo le besó la frente y luego de decirle "buenos días mi amor", continuó con su labor.

Habían tenido una bella vida juntos, no habría podido escoger mejor compañera que ella. Lo supo desde aquel día que ella, aún siendo ambos estudiantes, le había rebatido una opinión médica en un grupo de estudio. Su carácter y la suavidad con que le dijo a él que estaba equivocado lo habían enamorado de inmediato.  El sol jugó un factor importante en ese momento, caía sobre sus cabellos los que brillaban aún más y resaltaban su belleza natural. Se habían casado al año de conocerse y desde ahí nunca se habían separado.  No tuvieron hijos pero si muchos alumnos, los que parecían haber adoptado con mucha naturalidad. Eran visitados constantemente por ellos en los años más prósperos de su vida. Ahora muchos de ellos se encontraban en el extranjero perfeccionándose o viviendo fuera de la ciudad, pero aún le llamaban para saber de su estado de salud y para enviarle buenas vibras.  Se sentía querido y eso lo valoraba mucho.

De pronto volvió a cerrar sus ojos, pensaba en las manos de su mujer que seguía aseándolo con delicadeza y devoción. Se vio a sí mismo colocando agujitas en sus pacientes. En cómo les decía que se relajaran y dejaran que la terapia hiciera su trabajo. En cómo salía de la habitación y como entraba en ella para traerlos de vuelta. Pensaba en las fichas de sus pacientes, en su consulta de la ciudad, en sus clases, en los labios de su mujer, en su voz, en que el era una luz y que empezaba a flotar...

Respiró profundo, abrió los ojos y le llamó con la mirada. Ella se detuvo y supo que él quería decirle algo... Sabía que era importante así que puso toda su atención. El murmuró algo una y otra vez hasta que ella logró entender el mensaje.  Acarició su rostro y besó sus labios. El respiró pesadamente y dijo otra vez: "hasta la próxima mi amor".

Entonces las imágenes comenzaron a volverse borrosas, no distinguía ya el rostro de su mujer, pero la podía sentir frente a él. Se volvió energía,  liviano, volátil y ya no sentía el peso del cuerpo estancándolo.   Se elevaba con suavidad y rapidez y tomaba una dirección que  le parecía familiar pero que no recordaba con exactitud. Comenzaba así el viaje esperado, donde no había dolor, ni enfermedad, ni invalidez. Sólo libertad y un mundo lleno de nuevas posibilidades.

FIN

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a Antonio, con mucho cariño.

lunes, 24 de junio de 2013

Bajo la manta de castilla

Mientras el calor de la habitación hacía empañar los vidrios y mis dedos marcaban figuritas sobre el ventanal, mi abuela se paseaba desde la cocina hacia el comedor. Traía los platos lavados y el servicio, y dado que la cocina de campo estaba separada de la casa, había un pasillo que no tenía techo, así que mi abuelo la acompañaba para hacer más rápido el trámite y con un paraguas se cubrían las cabezas en ese tramo.

Me volteaba a mirarlos de vez en cuando  y luego me ponía a dibujar de nuevo. Mis deditos buscaban figuras conocidas como caritas o patitas y hasta rayas locas y sin sentido que para mí significaban palabras. Es que una niña de cuatro años tiene mucha imaginación y me atrevería a decir que yo tenía mucha más que las niñas de mi edad.

Es que para mí no había diferencias entre una ramita y una muñeca, daba lo mismo, mi imaginación lo construía todo sin dificultad. Era una de las cosas que gustaba mucho a mi abuela, porque era una niña tranquila que era capaz de sentarme a jugar donde quisiera y no intervenía el espacio en el que me encontraba. Ella me miraba desde la cocina mientras yo sentada en la escalinata que daba a la casa principal jugaba con mis muñecas. Esa escena era típica en los veranos.

Pero esta vez era invierno y llovía copiosamente. Mi madre había salido y por la lluvia no había podido llevarme con ella. Por eso miraba por la ventana y jugaba con figuritas a medida que se empañaba.

Mi abuelo se sentó a mi lado y se puso a leer el diario, mientras mi abuela seguía ordenando la loza en los muebles donde la guardaba.

-  Tata, ¿cuándo vuelve la mamá? – pregunté sin dejar de hacer mis dibujos.
-  La mamá vuelve en un rato más, fue a ver a su tía Juanita – Me respondió como si hablara con otro adulto.
-  Pero tata, yo quiero a mi mamá.
-  Pero si ella también la quiere mijita – dijo riendo y cerrándole el ojo a mi abuela.
-  No po’ tata, no es eso, yo quiero que la mamá vuelva – dije dando una leve patadita sobre la silla donde me encontraba de pie para que me tomara en serio.
-  Ya viene la mamá, mi niña – respondió mi abuela sin dejar de hacer su tarea.
-  ¿Por qué no puedo ir con ella? – pregunté pegando mi boca a la ventana.
-  Porque llueve a chuzo, mi niña – respondió mi abuela acercándose y despegando mi cara de la ventana.
-  Pero mami Eulo, ¡yo quiero a mi mamá! – dije nuevamente.

Mi abuela sonrió y me acarició los cabellos.

-¡Mami! ¡mami! – llamé desde la ventana.

No hubo respuesta, el cielo seguía arrojando agua sobre la tierra y con tristeza veía que nadie aparecía en el camino.

Me había bajado la nostalgia, quería a mi mamá. Ella no llegaba y para mi cada segundo parecía eterno. Como buena niña pequeña, me puse a llorar y mi abuela me tomó en sus brazos tratando de consolarme.

-¡Mami! – llamaba una y otra vez pero nada.

De pronto mi abuela se volteó y ambas vimos a mi abuelo con su manta de castilla, sus botas de agua y su sombrero.

-¿Para dónde vas Juan Valenzuela? – preguntó ella algo inquisidora y risueña.
-A buscar a la mamá de la niña, pues – dijo con resolución – y la niña viene conmigo – agregó cerrándome el ojo.

Entonces mi abuela volvió a colocarme de pie en la silla donde me encontraba, que eran las mismas que hacía mi abuelo en el taller para sus clientes. Tomó mi poncho tejido por mi madre y me abrigó colocándome mi capucha. Me besó la frente y me llevó de la mano hasta la puerta donde estaba mi abuelo listo para salir.

-Me cuidas a la niña, ¿eh?, que no se vaya a mojar.
-Por supuesto, no se mojará – dijo él.

Entonces me tomó desde la cintura y me puso debajo de su manta de castilla. Comenzó así una aventura nueva para mí, aún cuando sólo podía mirar el piso y ver las pisadas de las botas de agua de mi abuelo en el barro. Sentía el sonido de las gotas de lluvia cayendo en el agua y en el sombrero de mi abuelo. El se fue silbando gran parte del camino. De vez en cuando escuchaba a gente que le saludaba y él saludaba de vuelta. ¡Cuánta gente conocía mi abuelo!

El barro se veía divertido desde arriba, de pronto sentía ganas de que mi abuelo me dejara en el suelo para poder jugar con el barro y hacer figuritas con mis manitos pero sabía que si parábamos no vería a mi mamá pronto y ya quería abrazarla.

Mi abuelo cuando dejaba de silbar, cantaba y yo me quedaba calladita escuchando su voz, los sonidos del entorno y mirando las pisadas que él iba estampando. De pronto el barro se perdía en el pasto del bosque.

A veces sacaba mis manitos para sentir el agua y mi tata Juan me decía que me quedara tranquilita, que le había prometido a la abuela que no me mojaría y él no quería tener problemas con ella después si es que ella se enteraba que él no había cumplido su palabra. Como era niña obediente y quería mucho a mis abuelos, le hice caso y seguimos el camino.

A lo lejos escuchaba los vehículos en la carretera y el sonido de los pájaros que se expresaban al vernos pasar.

Mi abuelo, con mucho cuidado y sin dejarme caer, abrió el portón de la cerca y comenzó a llamar a mi madre mientras entraba a casa de mi tía Juanita.

Los pies de mi abuelo seguían moviéndose  y de pronto ya no sentí más el sonido del agua sobre su sombrero. El me sacó de la manta de castilla y a la primera persona que vi fue mi madre, que me estiraba los brazos.

-¡Mami! – grité y salté sobre ella abrazándola con todas mis fuerzas.

Mi madre se sonrió al escuchar la historia de por qué mi tata Juan había decidido traerme. Le dijo a mi mamá que fue porque simplemente no le gustaba verme triste.

- Mami – dije luego de un rato - ¿vamos a ver a la abuela?

FIN

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Con cariño a mis queridos abuelos

martes, 4 de junio de 2013

La sesión

No siento mis pies y aún así no quiero abrir mis ojos. Esto tiene tintes de sobrenatural. Mi intuición dice que siga adelante y que no me mueva por ningún motivo. Sé que hay mucho más por experimentar.  El silencio lo envuelve todo y la sensación es cada vez más real. No comprendo por qué no me asusto si se trata de una experiencia desconocida. Es como si en mi interior supiese lo que vendrá.

Porfío y trato de mover mis manos pero no las siento. Lo mismo intento hacer con mis piernas pero no parecen estar ahí. Al menos ninguna de mis extremidades obedece mis deseos pero estoy lejos de preocuparme por eso.  En el espacio donde me encuentro no hay tiempo para las preocupaciones, al menos eso creo.

Me siento en un lugar acogedor, pleno de contención, donde espero con paciencia que algo suceda. De pronto mi mente aparece y recuerdo los pinchazos iniciales.  La piel sensible me los hace notar pero no duelen, sólo sé que están presentes en el mismo punto donde los puso mi terapeuta.

Mi cuerpo sobre la camilla no parece quejarse de todas esas agujas que me suspenden en el tiempo y en el espacio, en esta sensación nueva y fuera de lo usual.  Me acuerdo de la emoción que vine a buscar para erradicar, para sanar y liberar ese gran peso. Me da por revisar cada esquina de mi interior pero no la encuentro. Continúo mi búsqueda pero pronto me canso.

Respiro profundo y me siento a esperar con paciencia. Es como si estuviese en la mitad de algún camino y me detuviera a descansar. El cuerpo físico reacciona con espasmos leves de vez en cuando y me hacen preguntarme a mí misma cómo se mueve sin que se lo haya pedido. Empiezo a hacer un chequeo de todo mi ser y todo parece dormido. Pero estoy más despierta que nunca y no comprendo por qué.

De pronto una respiración profunda me hace reaccionar. Mi ser tangible está dormido y se hizo notar. Me sonrío sin mover mis labios y sigo a la espera de que algo suceda.  Un tarareo ingresando a la habitación me hace reaccionar nuevamente, es mi terapeuta avisando que ha ingresado y luego de unos segundos volverá a salir.

Al rato la respiración profunda gana otra vez y me quedo ahí, donde es maravilloso pernoctar, el oasis para cualquier viajero cansado al que las energías ya no le acompañan cuando lleva un viaje largo y agotador. Es el punto exacto para respirar profundo y sentir lo que haya que sentir.  Ya no me preocupa esa emoción que vine a erradicar, sólo disfruto sentirme en otro plano, en otro espacio donde no entran los cuestionamientos ni las sensaciones negativas. Ahí me quedo tranquilita, encantada de no escuchar teléfonos, reclamos, personas entrando y saliendo del espacio físico, nada que me lleve al estrés, nada que invada mi paz.

Luego percibo una presencia que me renueva, una figura de luz  ha aparecido en la habitación. No puedo verla porque mis ojos no responden a mi inicial deseo de abrirlos, pero puedo sentirla. Lleva sus luminosas manos y las pasa sobre todo mi ser tangible, como efectuando un escáner.  Siento el calor de su luz invadiéndome y lejos de sentir temor, la dejo hacer. Vino gentilmente a este espacio donde me encuentro para sanar y lo menos que puedo hacer es dejarla trabajar. Entonces siento que floto, me elevo sin dejar la camilla y me duermo profundamente.

El nuevo tarareo de mi terapeuta ingresando a la habitación me trae de vuelta. Dice mi nombre y me avisa que sacará las agujitas que tengo aún sobre mí. Respondo pero no recuerdo bien qué. Las saca con cuidado y aplica alcohol en los puntos donde aún quedan hilitos de sangre.  Comienzo a mover los dedos de las manos y de los pies. Mi cuerpo físico se despierta totalmente y ya estoy de regreso. Cuando me siento en la camilla y empiezo a gozar de la renovación corporal, me doy cuenta que no alcancé a despedirme de mi visitante.

FIN

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con cariño a mi querido terapeuta Antonio Arias

miércoles, 29 de mayo de 2013

El desencuentro

Las hebras de lana bailaban al compás del movimiento de las pequeñas manos de Francia. Su crochet iba y venía mientras tejía con esmero. Era como si se encontrara en una especie de trance y no pudiese detenerse aunque quisiera. Pero en realidad no deseaba hacerlo.  Cada vez que terminaba una corrida,  sonreía al extender su creación y ver la gama de colores y puntos creativos que había elegido para el poncho de su amado. “Espero le guste”, pensó. Y continuó incrementando el juego de las hebras cada vez con más entusiasmo.

Jacopo miraba a la distancia desde la cubierta del barco. Se veía a lo lejos el puerto de Valparaíso y no podía creer que faltaban sólo un par de horas para descender de la nave sueca en la que había navegado por meses.  Suspiraba profundo e imaginaba su rostro.  Piel suave, cabellos rebeldes, ojos oscuros. Cuánto anhelaba estar a su lado, sentir su respiración, el calor de su cuerpo, su risa.  ¡Cómo la extrañaba! De sus bolsillos extrajo una fotografía ajada en sus puntas. En ella los rostros felices de ambos compartiendo una copa.  Tres años sin verla era demasiado tiempo. ¿Podría ella reconocerle?

Francia se levantó de su asiento para mirar por la ventana. Se veía el puerto y los barcos que permanecían en él.  A la distancia veía una nave de carga que reconoció al instante. Su corazón dio un vuelco violento, ¡era su barco! Como pudo terminó la esquina que le faltaba y se apresuró a colocarse la chaqueta para salir de su casa. Corrió calle abajo con el poncho en sus manos y respirando con dificultad. La emoción que sentía se apoderaba de todo su ser y le era muy difícil contenerla dentro. Hacía tiempo que no se veían y no sabía si a él le gustaría lo que vería en ella hoy.

Jacopo bajó del barco. Se quedó observando la nave unos segundos y luego de suspirar profundamente se volteó buscándola entre las personas que iban y venían. No la veía por ninguna parte. Probablemente se había atrasado.

Francia llegó al puerto casi sin aliento. Se quedó unos segundos afirmada en la baranda de fierro para poder respirar con calma unos momentos. En sus manos el poncho para su amado. Hacía tanto tiempo que no tejía para alguien con tanta dedicación.  Todas sus creaciones se vendían muy bien en la feria artesanal del puerto, pues era una reconocida tejedora en la zona. Pero este poncho tenía más que cualquier otra pieza que hubiese tejido en el pasado. Tenía todo su amor.

Jacopo se acercó a la baranda de fierro.  Aún no encontraba el rostro de su amada entre la multitud. Se sentó en una banca y volvió a sacar la fotografía. La observaba y luego levantaba la cabeza para ver a todos los que se encontraban ahí… no, definitivamente no estaba. Tendría que esperarla un poco más.

Francia había bajado hacia la embarcación. Se acercó a uno de los marineros que bajaban de la nave sueca y le preguntó por él.  El hombre cambió la expresión de su rostro y de sus bolsillos sacó una carta. Le dijo que él se había bajado en algún puerto de Europa, siguiendo a una mujer. Francia tomó la carta y comenzó a temblar. El hombre se despidió y se alejó lentamente. Ella se devolvió en sus pasos y subió. Se sentó en una banca y abrió la carta. Leyó las líneas que había escritas ahí y súbitamente rompió en llanto.

Jacopo se había cansado de esperar.  Se dirigió a un teléfono público y la llamó. La voz al otro lado de la línea respondió que ella ya no vivía ahí, que se había casado hacía dos años y medio y que no le era posible darle ningún número donde ubicarla, que mejor él le diera el suyo.  Jacopo cortó antes de seguir con la conversación, ya no había nada más que hacer. Acongojado se sentó en una banca y trató de ordenar sus pensamientos.

Francia cubría su rostro con el poncho y lloraba desconsoladamente. A su lado se había sentado un hombre en el cual no había reparado. El sonido de sollozos ajenos, llamaron su atención.  Francia levantó la vista y vio al desconocido inclinado con el rostro hacia el suelo, llorando como un niño. Sin saber por qué, ella acarició sus cabellos. Entonces el desconocido, Jacopo, se volteó y la abrazó.  Habían comenzado a llorar otra vez.

Transcurrido un buen rato se apartaron. No hubo necesidad de palabras.  El corazón de ambos estaba roto. Francia miró el poncho aún en sus manos y se lo entregó. Jacopo agradeció el gesto desinteresado de la desconocida y se lo colocó. La gente seguía yendo y viniendo en el puerto, pero eso ya no les importaba.

FIN

martes, 15 de enero de 2013

A toda velocidad


Presionó el acelerador y el vehículo voló por la calle. Se encontraba extasiado en su nuevo auto, recién ajustado y con sus nuevos parlantes sonido estéreo. ¿Qué dirían los socios de la cuadra? Se iban a poner verdes de envidia, de eso estaba seguro. La gente pasaba a su lado como puntitos sin detalles, la velocidad no le daba tiempo para si quiera pensar más que en la cara de sus partners de juerga.

El Rucio le daría un golpecito en la espalda felicitándolo por tamaña inversión. "Las minitas siempre se fijan en los autos bakanes", le había dicho hace unas semanas, "así que nai'ta de lamentar las lucas, socio, piense que es una inversión".  El Chivo iba a reclamar de seguro: "no poh, Ché, vos quedaste de esperar a que yo enchulara el mío poh, soy bien mala leche". 

El Ché sonreía al imaginar todo esto. Pero más perfilaba su felicidad infinita al pensar en la Güera, ella de seguro caería rendida en sus brazos con el medio estéreo que contaba su auto ahora. Ya no lo ignoraría más y en una de las vueltas de la noche, de seguro le decía que bueno. Sí, la inversión en la potencia del vehículo y el ruido tipo turbina que emitía al acelerar le darían estilo a su andar.

Llegó al mirador y todo el mundo estaba allí. Salió de su vehículo bien enchulado y se encantó con la cara que tenían todos los asistentes al carrete.

-Pero Ché, te pasaste weón, ¡que bakán tu auto! 
-Socio, le dije que tenía puro que invertir, ¿ve?
-Oh, loco, ¡como soy! ¡No esperaste a que yo enchulara el mío! ¡Uta que mal amigo!

Tal como lo había imaginado, así habían reaccionado todos.

-Ché, qué lindo tu auto - la voz de la Güera sonaba aproximándose.
-Sí poh, ¡ta bakán! - le respondió él bien canchero - ¿te tinca ir a dar una vuelta?

La Güera sonrió y en un dos por tres se montó en su vehículo. El Ché se volteó a sus amigos como vanagloriándose. Exclamaciones de todo tipo salieron de la boca de los testigos y entre reclamos y vitoreos, el Ché llevó a la Güera a dar una vuelta.

-Ché, ¡ta bakán! - Exclamó ella ajustando su mini para mostrar un poco más arriba sus piernas.

El Ché tragó saliva algo nervioso pero no dejó de poner atención al camino.

-Qué bueno que te guste. Es que te morís la velocidad que alcanza, la gente ni se ve.
-¿En serio? ¿Y si me lo mostrai ahora? - pidió ella con voz coqueta.
-Ya poh, ¿en qué topamos?

El Ché comenzó a acelerar. El ruido de la turbina era ensordecedor en la calle, de seguro esta noche no dormiría ningún vecino. Pero eso no le importaba al Ché, él sólo quería volar y complacer a la Güera. En una de esas, ella lo complacería a él en agradecimiento.

Presionó el acelerador y más viento ingresó al vehículo, jugando con los cabellos de la Güera. Ella sonreía y comenzaba a gritar de puros nervios. Eso complacía al Ché. Volvió a cargar el acelerador y ella se excitaba más, la mini se subía con cada vuelta y los ojos del Ché se entornaban hacia ese lado.

De pronto un vehículo se atravesó en la calle. El Ché tuvo poco tiempo para reaccionar. Intentó esquivarlo pero le pegó en la parte trasera. Como venía a toda velocidad, comenzó a dar vueltas en trompo. Todo fue muy rápido.  En un abrir y cerrar de ojos el auto estaba boca abajo, los vidrios rotos por todas partes y por más que trataba de hacer que la Güera le respondiera, no conseguía reacción de ella. Por suerte se habían puesto el cinturón. 

-¡Güera! - llamó desesperado.

Silencio total. De la nada aparecieron unas personas a socorrerle. El Ché trataba de sacarse el cinturón pero no podía, el broche se había trabado. 

-¡Güera! - volvió a gritar.
-Tranquilo, no se agite - le dijo un desconocido a su lado.
-¿Dónde está la Güera? - preguntó el Ché ya en un tono desesperado.

El silencio del hombre lo asustó. Comenzó a sacudirse en el asiento llamándola. El hombre trató en vano de calmarlo.

El sonido de las sirenas acercándose ahogaban los gritos del Ché. El seguía retorciéndose y gritando, pidiendo le respondieran dónde estaba su compañera de juerga.  

Cuando lo sacaron del vehículo todo destruido comprendió el silencio de los demás. A varios metros yacía un cuerpo inerte sobre el pavimento. Reconoció la mini de la Güera, pero no podía ver sus cabellos. De pronto recordó que ella no se había colocado el cinturón. "¡Maldita!, ¡qué irresponsable!" pensó y comenzó a llorar como un niño.

FIN

lunes, 7 de enero de 2013

El embrujo


Sus ojos se encontraron por un segundo. Ella suplicó con la mirada. Él endureció la expresión de su rostro y no dejó cabida a duda alguna.  La sentencia se había dictado y no había nada más que hacer.  La multitud gritaba dividida en exclamaciones de apoyo o en desacuerdo. El mundo parecía enloquecer y todo sucedía demasiado rápido.

Dos hombres de largas túnicas con capucha la tomaron de sus brazos y la llevaron hacia el calabozo. Él no apartó los ojos hasta verla desaparecer. Una vez que ya no pudo distinguir su figura, suspiró profundo y se volvió hacia sus iguales, quienes le sonreían complacidos por su reciente declaración.  Definitivamente la habían sentenciado gracias a su relato. Se sentía miserable por no haber reaccionado antes y no haber evitado la sentencia, pero ¿qué podía hacer? Era lo que se esperaba de él, no podía decepcionarlos.

-Bien hecho padre Crispin, esa mujer merece la hoguera – le decían unos dándole golpecitos en la espalda.
-¡Muerte a la bruja! – gritaba otro.
-¡Yo también la vi hacer sus conjuros! ¡a la hoguera! – gritaban más allá.

Crispin se volvió hacia la puerta donde la había visto desaparecer.  Quería verla pero no sabía si le dejarían.  Cerró sus ojos e intentó imaginarla en ese calabozo esperando su muerte, abandonada, asustada y llorando. “Si sólo pudiese abrazarla una vez más”, pensó.

Con gran esfuerzo avanzó entre la multitud y pidió al guardia que le llevara hacia donde se encontraba ella, con el pretexto de evangelizar a la bruja y permitirle su arrepentimiento antes de su muerte. El guardia lo guió sin hacer preguntas.

-Esa es su puerta, yo que Ud. padre no entraría, sólo le hablaría desde la rejilla, dicen que es una bruja poderosa. Tenga cuidado con sus ojos – advirtió el guardia.
-No se preocupe, cuento con la protección de Dios – simuló Crispin.

La puerta se abrió y el joven sacerdote entró. En una esquina del calabazo oscuro, húmedo y maloliente se encontraba ella. Le daba la espalda, así que no pudo ver quién ingresaba.

-¿Y ahora qué quieren? – preguntó ella con voz firme.
-Sólo abrazarte – dijo él una vez que la puerta se cerró.

Ella giró su rostro y lo miró con desdén.

-Por favor, no me hagas esto, ven a mí – suplicó Crispin abriendo los brazos.

Ella no se movió.

-Compréndeme, no podía mentir, me quemarían a mí también – dijo sentándose a su lado.
-¡Y que me quemen a mí es mejor! ¿no?- gritó ella apartándose.
-¡No! – dijo él abrazándola - ¡No! ¡claro que no!
-¿Entonces?
-Lo siento, no supe qué hacer – lloró él sobre su hombro.
-¿A qué has venido? – preguntó ella tratando de liberarse de sus brazos, pero él la presionaba tan fuerte que le costaba hasta respirar.
-Tenía que verte – susurró él.
-¿Estás consciente de que no volverás a verme más?
-Lo sé, no quiero que sea así, pero no puedo hacer nada… soy un imbécil, perdóname, perdóname… - pidió entre sollozos.

Ella permaneció inmóvil y en silencio mientras él seguía pegado a ella.

-¿Te das cuenta que si no hubieras curado mis heridas mortales no estarías en esta situación? – le dijo él.
-Sólo apliqué hierbas y conocimiento de mis antepasados… tu gente piensa que eso es herejía, qué ignorancia, se salvaría a tantas personas si nos permitieran hacer nuestro trabajo – reclamó ella en voz baja.

El joven sacerdote seguía buscando su rostro, quería besarla pero ella seguía esquivándolo.

-La Inquisición está fuera de control, no sé qué se puede hacer – dijo él.
-Enfrentarla, eso podías haber hecho… pero no lo hiciste… y ahora todo está perdido…

Crispin había encontrado sus labios y el silencio los envolvió por unos momentos que fueron largos pero no eternos como él hubiese querido.

La puerta se abrió y los guardias entraron, ella estaba de pie esperándolos con resignación. Crispin sostenía la Biblia y rezaba por su alma. Los hombres la guiaron hacia la hoguera y él la seguía fielmente.  Cuando la subieron a la tarima y la encadenaron, él permanecía a su lado. Ella lo miró con tristeza.

-¿Estás seguro de todo esto? – le preguntó ella en un susurro.
-Sí, lo estoy – respondió Crispin firmemente – eres todo para mí, lo sabes, ¿no?

Ella asintió y él puso un crucifijo en su pecho.  Se miraron unos segundos y ella comenzó a recitar algo que nadie lograba escuchar. Los gritos de la multitud eran ensordecedores. Crispin cerró sus ojos y sintió que se elevaba, que flotaba y se volvía algo que no lograba entender. De pronto todo cobró sentido y se vio a si mismo bajando con paso lento.  Las llamas comenzaban a incrementarse en la hoguera. Ya no la escuchaba murmurar y ambos esperaban el desenlace con resignación.

El joven sacerdote se volteó a mirar su cuerpo por última vez. Todo se veía desde una perspectiva diferente ahora. Podía sentir el calor aproximándose. Las llamas ya estaban atrapando sus pies.   El dolor se volvía intenso. Ella se había volteado hacia donde él estaba y ambos sostenían la mirada. Todo acabaría pronto, era cuestión de segundos, lo sabían.

-Te amo, Crispin – murmuró ella entre sollozos ahora en el cuerpo del joven sacerdote.

Las llamas seguían cubriendo a su ser amado. Crispin cerró los ojos y dejó de respirar. La multitud seguía gritando y aplaudiendo.  Estaban demasiado ocupados como para notar a quién habían quemado realmente.

FIN