Mi blog...

Por fin me he decidido a crear mi propio blog. Fue un paso difícil, principalmente por razones de tiempo pero ya estoy en la red. La finalidad de este espacio es compartir mis escritos y hacer comentarios respecto de lo que quiero expresar.

Estimados Navegantes, espero disfruten la visita por "mi esquina literaria" que también tiene otros temas que pueden ser de su interés. Mis saludos.


martes, 15 de enero de 2013

A toda velocidad


Presionó el acelerador y el vehículo voló por la calle. Se encontraba extasiado en su nuevo auto, recién ajustado y con sus nuevos parlantes sonido estéreo. ¿Qué dirían los socios de la cuadra? Se iban a poner verdes de envidia, de eso estaba seguro. La gente pasaba a su lado como puntitos sin detalles, la velocidad no le daba tiempo para si quiera pensar más que en la cara de sus partners de juerga.

El Rucio le daría un golpecito en la espalda felicitándolo por tamaña inversión. "Las minitas siempre se fijan en los autos bakanes", le había dicho hace unas semanas, "así que nai'ta de lamentar las lucas, socio, piense que es una inversión".  El Chivo iba a reclamar de seguro: "no poh, Ché, vos quedaste de esperar a que yo enchulara el mío poh, soy bien mala leche". 

El Ché sonreía al imaginar todo esto. Pero más perfilaba su felicidad infinita al pensar en la Güera, ella de seguro caería rendida en sus brazos con el medio estéreo que contaba su auto ahora. Ya no lo ignoraría más y en una de las vueltas de la noche, de seguro le decía que bueno. Sí, la inversión en la potencia del vehículo y el ruido tipo turbina que emitía al acelerar le darían estilo a su andar.

Llegó al mirador y todo el mundo estaba allí. Salió de su vehículo bien enchulado y se encantó con la cara que tenían todos los asistentes al carrete.

-Pero Ché, te pasaste weón, ¡que bakán tu auto! 
-Socio, le dije que tenía puro que invertir, ¿ve?
-Oh, loco, ¡como soy! ¡No esperaste a que yo enchulara el mío! ¡Uta que mal amigo!

Tal como lo había imaginado, así habían reaccionado todos.

-Ché, qué lindo tu auto - la voz de la Güera sonaba aproximándose.
-Sí poh, ¡ta bakán! - le respondió él bien canchero - ¿te tinca ir a dar una vuelta?

La Güera sonrió y en un dos por tres se montó en su vehículo. El Ché se volteó a sus amigos como vanagloriándose. Exclamaciones de todo tipo salieron de la boca de los testigos y entre reclamos y vitoreos, el Ché llevó a la Güera a dar una vuelta.

-Ché, ¡ta bakán! - Exclamó ella ajustando su mini para mostrar un poco más arriba sus piernas.

El Ché tragó saliva algo nervioso pero no dejó de poner atención al camino.

-Qué bueno que te guste. Es que te morís la velocidad que alcanza, la gente ni se ve.
-¿En serio? ¿Y si me lo mostrai ahora? - pidió ella con voz coqueta.
-Ya poh, ¿en qué topamos?

El Ché comenzó a acelerar. El ruido de la turbina era ensordecedor en la calle, de seguro esta noche no dormiría ningún vecino. Pero eso no le importaba al Ché, él sólo quería volar y complacer a la Güera. En una de esas, ella lo complacería a él en agradecimiento.

Presionó el acelerador y más viento ingresó al vehículo, jugando con los cabellos de la Güera. Ella sonreía y comenzaba a gritar de puros nervios. Eso complacía al Ché. Volvió a cargar el acelerador y ella se excitaba más, la mini se subía con cada vuelta y los ojos del Ché se entornaban hacia ese lado.

De pronto un vehículo se atravesó en la calle. El Ché tuvo poco tiempo para reaccionar. Intentó esquivarlo pero le pegó en la parte trasera. Como venía a toda velocidad, comenzó a dar vueltas en trompo. Todo fue muy rápido.  En un abrir y cerrar de ojos el auto estaba boca abajo, los vidrios rotos por todas partes y por más que trataba de hacer que la Güera le respondiera, no conseguía reacción de ella. Por suerte se habían puesto el cinturón. 

-¡Güera! - llamó desesperado.

Silencio total. De la nada aparecieron unas personas a socorrerle. El Ché trataba de sacarse el cinturón pero no podía, el broche se había trabado. 

-¡Güera! - volvió a gritar.
-Tranquilo, no se agite - le dijo un desconocido a su lado.
-¿Dónde está la Güera? - preguntó el Ché ya en un tono desesperado.

El silencio del hombre lo asustó. Comenzó a sacudirse en el asiento llamándola. El hombre trató en vano de calmarlo.

El sonido de las sirenas acercándose ahogaban los gritos del Ché. El seguía retorciéndose y gritando, pidiendo le respondieran dónde estaba su compañera de juerga.  

Cuando lo sacaron del vehículo todo destruido comprendió el silencio de los demás. A varios metros yacía un cuerpo inerte sobre el pavimento. Reconoció la mini de la Güera, pero no podía ver sus cabellos. De pronto recordó que ella no se había colocado el cinturón. "¡Maldita!, ¡qué irresponsable!" pensó y comenzó a llorar como un niño.

FIN

lunes, 7 de enero de 2013

El embrujo


Sus ojos se encontraron por un segundo. Ella suplicó con la mirada. Él endureció la expresión de su rostro y no dejó cabida a duda alguna.  La sentencia se había dictado y no había nada más que hacer.  La multitud gritaba dividida en exclamaciones de apoyo o en desacuerdo. El mundo parecía enloquecer y todo sucedía demasiado rápido.

Dos hombres de largas túnicas con capucha la tomaron de sus brazos y la llevaron hacia el calabozo. Él no apartó los ojos hasta verla desaparecer. Una vez que ya no pudo distinguir su figura, suspiró profundo y se volvió hacia sus iguales, quienes le sonreían complacidos por su reciente declaración.  Definitivamente la habían sentenciado gracias a su relato. Se sentía miserable por no haber reaccionado antes y no haber evitado la sentencia, pero ¿qué podía hacer? Era lo que se esperaba de él, no podía decepcionarlos.

-Bien hecho padre Crispin, esa mujer merece la hoguera – le decían unos dándole golpecitos en la espalda.
-¡Muerte a la bruja! – gritaba otro.
-¡Yo también la vi hacer sus conjuros! ¡a la hoguera! – gritaban más allá.

Crispin se volvió hacia la puerta donde la había visto desaparecer.  Quería verla pero no sabía si le dejarían.  Cerró sus ojos e intentó imaginarla en ese calabozo esperando su muerte, abandonada, asustada y llorando. “Si sólo pudiese abrazarla una vez más”, pensó.

Con gran esfuerzo avanzó entre la multitud y pidió al guardia que le llevara hacia donde se encontraba ella, con el pretexto de evangelizar a la bruja y permitirle su arrepentimiento antes de su muerte. El guardia lo guió sin hacer preguntas.

-Esa es su puerta, yo que Ud. padre no entraría, sólo le hablaría desde la rejilla, dicen que es una bruja poderosa. Tenga cuidado con sus ojos – advirtió el guardia.
-No se preocupe, cuento con la protección de Dios – simuló Crispin.

La puerta se abrió y el joven sacerdote entró. En una esquina del calabazo oscuro, húmedo y maloliente se encontraba ella. Le daba la espalda, así que no pudo ver quién ingresaba.

-¿Y ahora qué quieren? – preguntó ella con voz firme.
-Sólo abrazarte – dijo él una vez que la puerta se cerró.

Ella giró su rostro y lo miró con desdén.

-Por favor, no me hagas esto, ven a mí – suplicó Crispin abriendo los brazos.

Ella no se movió.

-Compréndeme, no podía mentir, me quemarían a mí también – dijo sentándose a su lado.
-¡Y que me quemen a mí es mejor! ¿no?- gritó ella apartándose.
-¡No! – dijo él abrazándola - ¡No! ¡claro que no!
-¿Entonces?
-Lo siento, no supe qué hacer – lloró él sobre su hombro.
-¿A qué has venido? – preguntó ella tratando de liberarse de sus brazos, pero él la presionaba tan fuerte que le costaba hasta respirar.
-Tenía que verte – susurró él.
-¿Estás consciente de que no volverás a verme más?
-Lo sé, no quiero que sea así, pero no puedo hacer nada… soy un imbécil, perdóname, perdóname… - pidió entre sollozos.

Ella permaneció inmóvil y en silencio mientras él seguía pegado a ella.

-¿Te das cuenta que si no hubieras curado mis heridas mortales no estarías en esta situación? – le dijo él.
-Sólo apliqué hierbas y conocimiento de mis antepasados… tu gente piensa que eso es herejía, qué ignorancia, se salvaría a tantas personas si nos permitieran hacer nuestro trabajo – reclamó ella en voz baja.

El joven sacerdote seguía buscando su rostro, quería besarla pero ella seguía esquivándolo.

-La Inquisición está fuera de control, no sé qué se puede hacer – dijo él.
-Enfrentarla, eso podías haber hecho… pero no lo hiciste… y ahora todo está perdido…

Crispin había encontrado sus labios y el silencio los envolvió por unos momentos que fueron largos pero no eternos como él hubiese querido.

La puerta se abrió y los guardias entraron, ella estaba de pie esperándolos con resignación. Crispin sostenía la Biblia y rezaba por su alma. Los hombres la guiaron hacia la hoguera y él la seguía fielmente.  Cuando la subieron a la tarima y la encadenaron, él permanecía a su lado. Ella lo miró con tristeza.

-¿Estás seguro de todo esto? – le preguntó ella en un susurro.
-Sí, lo estoy – respondió Crispin firmemente – eres todo para mí, lo sabes, ¿no?

Ella asintió y él puso un crucifijo en su pecho.  Se miraron unos segundos y ella comenzó a recitar algo que nadie lograba escuchar. Los gritos de la multitud eran ensordecedores. Crispin cerró sus ojos y sintió que se elevaba, que flotaba y se volvía algo que no lograba entender. De pronto todo cobró sentido y se vio a si mismo bajando con paso lento.  Las llamas comenzaban a incrementarse en la hoguera. Ya no la escuchaba murmurar y ambos esperaban el desenlace con resignación.

El joven sacerdote se volteó a mirar su cuerpo por última vez. Todo se veía desde una perspectiva diferente ahora. Podía sentir el calor aproximándose. Las llamas ya estaban atrapando sus pies.   El dolor se volvía intenso. Ella se había volteado hacia donde él estaba y ambos sostenían la mirada. Todo acabaría pronto, era cuestión de segundos, lo sabían.

-Te amo, Crispin – murmuró ella entre sollozos ahora en el cuerpo del joven sacerdote.

Las llamas seguían cubriendo a su ser amado. Crispin cerró los ojos y dejó de respirar. La multitud seguía gritando y aplaudiendo.  Estaban demasiado ocupados como para notar a quién habían quemado realmente.

FIN