Mi blog...

Por fin me he decidido a crear mi propio blog. Fue un paso difícil, principalmente por razones de tiempo pero ya estoy en la red. La finalidad de este espacio es compartir mis escritos y hacer comentarios respecto de lo que quiero expresar.

Estimados Navegantes, espero disfruten la visita por "mi esquina literaria" que también tiene otros temas que pueden ser de su interés. Mis saludos.


viernes, 4 de noviembre de 2011

Un corazón roto

Esperaba pacientemente la llegada del tren en la estación Tobalaba. Mientras tanto observaba a las personas ir y venir por el andén. De vez en cuando miraba el reloj con impaciencia. El se estaba demorando más de la cuenta.

Sacó un libro de su cartera para entretenerse un rato, pero luego de repasar un par de hojas se dio cuenta que no estaba entendiendo nada, así que prefirió volver a guardarlo. Definitivamente no podía concentrarse.

Siguió mirando a la gente pasar pero no lo distinguía entre ellos.

“¿Qué le habrá pasado?” se preguntaba una y otra vez.

De pronto llegó un tren a la estación. Se abrieron las puertas y salió él.

Ella suspiró al verlo llegar y se arregló las arrugas de la falda con la mano.

El se acercó y luego de estampar un beso en la cara de ella se sentó a su lado.

-Perdón por la demora- dijo después de unos segundos en silencio.

Ella movió la cabeza en señal de que no importaba.

-Es que el trabajo, tú sabes… nunca puedo salir a tiempo.

Ella volvió a mover la cabeza como si de verdad no importara que hubiese llegado tarde.

-Me parece que estoy a punto de desmayarme de hambre – dijo ella – ¿vamos a comer algo?

El la miró en silencio unos segundos y le dijo:

-Urmila, lo que tengo que decir es breve y va a ser difícil.

Un fuerte apretón en su estómago hizo que olvidara de un golpe su anterior comentario.

-¿Qué sucede Nando? Me estás asustando.

El hombre respiró profundo y luego de unos segundos en silencio habló:

-Urmila, hemos tenido una bella relación por tres años y ha sido realmente una experiencia muy intensa…

-¿Qué estás diciendo Nando?

-Pues, la verdad… yo quisiera… bueno, luego de tres años.

Urmila apretó sus manos con fuerza y comenzaron a temblarle las piernas.

-Nando, sea lo que sea que vayas a decir, dilo de una vez… me estás asustando mucho.

El hombre volvió a respirar profundo.

-Urmila… creo que debemos darnos un tiempo…

Ella abrió los ojos lo más que pudo demostrando que no podía creer lo que estaba escuchando.

-No puedes decirme eso – dijo mirando su argolla de compromiso – menos cuando ya estamos en esta fase, o sea…

-Urmila, por favor comprende, siento que estoy en un momento muy complicado. Estoy bajo mucha presión en el trabajo y…

-Pero no entiendo Nando, o sea… se trata de tu trabajo y ¿qué tengo que ver yo con eso?

-Pues mucho, verás… no me siento capacitado para enfrentar más responsabilidades, menos un cambio en mi estado civil ahora… al menos por el momento.

-¿Pero qué significa eso entonces? ¿Que sólo quieres espacio por un tiempo? ¿quién me garantiza que volverás? Y si ahora no te sientes fuerte para dar este paso importante. ¿Quién me puede garantizar que no volverás a sentirte así cuando nos casemos?

-Mi amor, estoy siendo honesto contigo, por favor no te pases rollos.

-¿Que no me pase rollos? ¡Nando, estás terminando conmigo! ¿de qué rollos me hablas?

-¡Pero Urmila! Cualquier otro va y se casa y luego vienen las crisis… yo estoy siendo claro en mi punto de vista, te estoy pidiendo tiempo para poder pensar mejor las cosas y…

-¿Pensar mejor las cosas? ¿de qué me hablas? ¡tú me pediste matrimonio weón!

Nando abrió los ojos en señal de asombro y luego de reponerse del exabrupto de Urmila dijo:

-Tal vez tú también necesites tiempo…

-No, yo estoy clarita que te amo idiota, pero parece que tú quieres hacerte el de las chacras y dejarme justo ahora… ¿por qué no eres más honesto y me dices la verdad?

-¿Cuál verdad?

-¡Que hay otra en tu vida!, ¡que estás confundido!, ¡que todo esto que estás diciendo lo inventaste para que no te pregunte cuánto tiempo llevas con ella!

-¡Qué imaginación la tuya Urmila! ¡por favor!

-¡Por favor nada, Nando! Sé honesto… te conozco bien.

El la miró asustado, parecía que todo se le estaba escapando de las manos.

-Ok – dijo finalmente – conocí a alguien en el trabajo y estoy confundido… por eso necesito tiempo para saber qué sucede.

Urmila sintió un fuerte dolor en su pecho. Se le aceleró la respiración y cerró los ojos por el ardor que quemaba en sus entrañas. Sentía que le habían enterrado un cuchillo y que la sangre se dispersaba a borbotones en su interior.

-¿Sabes? No se puede hablar contigo – dijo Nando tratando de dar vuelta la situación – me voy ahora y si quieres conversamos mañana cuando te hayas calmado.

Urmila abrió sus ojos y la ira era demasiado evidente. No podía abrir la boca para decirle lo que se merecía, así que apretó los labios en señal de rabia.

Nando se paró de pronto y corrió hacia el siguiente carro del metro que abrió sus puertas. Una vez dentro no fue capaz de mirar nuevamente a Urmila, quien seguía sin poder decir palabra y sin poder moverse de su asiento. Las puertas se cerraron y el tren que se llevaba a Nando desapareció en el túnel.

Luego de unos segundos intentando serenarse y regularizar su respiración, Urmila comenzó a llorar. La gente que pasaba la miraba de reojo sorprendidos de ver una mujer tan desconsolada pero nadie quería intervenir.

Llegó un minuto en el que Urmila ya no quería seguir llorando más y se quedó por horas mirando los carros ir y venir por la estación. La mirada estaba perdida, como revisando alguno que otro recuerdo del pasado.

“¿qué hice mal?” se preguntaba a cada instante sin poder consolarse con una respuesta que lograra satisfacer esa interrogante.

Horas después, cuando logró encontrar el botón “automático” en su sistema, se levantó de su asiento y se acercó al andén.

¿Era tan fácil para Nando dejar una relación de tres años?

El tren se acercaba a la estación y abría sus puertas.

¿Cómo era posible que hubiese conocido a alguien más y ella no lo hubiese notado?

Los pasajeros bajaron del carro y otros subieron.

¿Quién era esa mujer maldita que le había quitado a su prometido?

El tren volvió a partir y Urmila seguía de pie en el andén.

¿Y si él volvía? ¿lo aceptaría de nuevo en su vida?

Se acercaba un nuevo tren a la estación.

Urmila sintió deseos de terminar con el suplicio, olvidar todo de golpe y porrazo y no pensar más. Estaba cansada, agotada de tantas emociones tan repentinas y tan destructivas, quería cerrar los ojos y dormir, no volver a pensar en Nando y no imaginarlo con otra mujer.

Dio un paso hacia adelante y pasó la línea amarilla… cuando iba a dar el siguiente paso, el tren tocó la fuerte bocina para que ella retrocediera pero no lo hizo, siguió dando pasos hacia adelante. La gente empezó a gritar y el botón “automático” de Urmila dejó de funcionar.

******************************

-¿Cómo está? – preguntó una mujer joven.

-No lo sé, no responde a nuestros llamados – dijo un hombre de edad.

-¡Señorita! ¡señorita! ¿qué le pasó? Por favor responda – le hablaba otro hombre más joven.

-No hay caso, llevaba cualquier rato ahí sentada y de pronto se quería tirar al andén. – comentó el guardia.

-¡Qué horror! – dijo una señora.

Urmila abrió los ojos y vio que estaba rodeada de mucha gente.

-¡Señorita! ¿en qué estaba pensando? Acercarse así al tren… - dijo el guardia.

Urmila no sabía qué responder, a su mente vino el recuerdo de lo que acaba de pasar y lo que casi sucede. Comenzó a llorar nuevamente.

-¿Qué es lo que iba a hacer mi linda? – preguntó la señora.

Urmila movió la cabeza en señal de no tener idea.

-Seguro que son penas de amor – dijo la mujer joven.

-Mijita, ¿se siente bien? – preguntó el hombre edad.

Urmila recuperó su voz por fin y respondió:

-No lo sé, creo que sí… muchas gracias.

En su mente daban vuelta imágenes y muchos sentimientos recorrían su pecho. ¿Qué locura estuvo a punto de cometer? Ya no quería pensar en la traición de Nando, sólo quería agradecer el poder respirar una vez más.

FIN

sábado, 17 de septiembre de 2011

El sueño

Leila trabajaba en su escritorio mientras la gente pasaba por las filas de las cajas. De vez en cuando levantaba la vista y los miraba pero no los veía realmente. Con paciencia hacía girar su lápiz sobre el papel y marcaba borrones una y otra vez sobre el mismo, sin poder avanzar más de cuatro líneas. De pronto la frustración le afectaba y volvía a arrugar la hoja tirándola finalmente al papelero. Suspiraba y veía que la gente seguía pasando.

De pronto una persona llamó su atención. Un hombre de terno, corbata y una carpeta de cuero se encontraba en la fila. Lo miró por unos segundos y se dijo que le parecía conocerlo, pero no tenía claro de dónde. Bajó la mirada y siguió trabajando en su documento.

-Buenas tardes – saludó una voz masculina.

Leila levantó la vista y vio al hombre que recién había estado observando.

-Buenas tardes – saludó ella.

-Quería saber si puedo hacerle una pregunta.

-Claro – dijo ella.

-¿Le conozco de algún lado?

Leila sonrió y movió la cabeza negativamente.

–No lo creo – dijo

-Perdone que insista, pero yo creo que la conozco y no recuerdo de dónde.

Leila movió la cabeza negativamente y volvió a su trabajo. El hombre de terno no se había movido. Seguía de pie frente a ella.

-Disculpe, si no va a preguntar sobre cómo conseguir un crédito hipotecario, le pido me deje seguir trabajando – dijo amablemente ella.

-Lo siento, pero de verdad que no sé de dónde la conozco.

Leila empezaba a perder la paciencia.

-Señor, ya le dije que no lo conozco, por favor, vuelva a la fila de las cajas y déjeme continuar con mi trabajo.

El hombre se sorprendió, dio media vuelta y salió rápidamente del cubículo de Leila. Ella estaba algo exasperada, sin embargo, tenía mucha curiosidad de saber por qué ella creía haberlo visto antes también.

Esa noche se quedó pensando en la situación vivida en su trabajo. De pronto el cansancio le ganó y se durmió.

El cielo era oscuro, el camino no se veía claramente, el viento era agradable en su rostro. Ella se deslizaba y casi no sentía el contacto de sus pies en el suelo. Sentía que flotaba y de esa niebla blanca que envolvía el terreno que no podía definir, aparecía un hombre que la encantaba, que la acogía y la hacía sentirse feliz, completa, sin miedos, sin dudas.

De pronto lo miró y vio al tipo del terno y se asustó.

Entonces él le reclamaba que no lo hubiese conocido, que no se hubiera dado cuenta de quién era él y le hubiese tratado con displicencia.

Se despertó sobresaltada y se dio cuenta de dónde conocía a ese hombre.

A la mañana siguiente, Leila trabajaba en un reporte en el computador. De pronto levantó la vista y vio entre el público al tipo del terno. Lo miró de reojo y se dijo que debía disculparse con él.

Se acercó a la fila en la que se encontraba él y le hizo un gesto de que la siguiera. El hombre la miró con desdén y no quiso hacerle caso. Ella se sintió herida y prefirió volver a su puesto.

-Habrase visto, que mal educado este tipo – se dijo.

Esa noche se durmió con mucha rabia en su corazón. De pronto el camino se perdió, salió la niebla blanca, no veía sus pies mientras caminaba y se sentía flotando. Sintió una mano que tomaba la suya fuerte y ella presionó aún más ese contacto. Giró su rostro y lo vio nuevamente. Sus ojos eran claros, bellos y brillantes. Su sonrisa era apacible y sintió deseos de besarlo.

Cuando parecía que iba a hacerlo, ella soltó su mano abruptamente y comenzó a reclamarle que no era posible que hubiese sido así de descortés con ella en el banco, que lo único que quería era comentarle que sí le creía que se conocían pero que no le dio oportunidad de hablarlo. El hombre se disculpó diciendo que él también se había sentido herido por la situación vivida anteriormente. Ella preguntó su nombre pero él no contestó. Amorosamente tomó su mano, acarició su cabello, le miró unos segundos con sus bellos ojos y la besó.

Volvió a despertarse sobresaltada y con el corazón latiendo rabiosamente.

Leila seguía ocupada en sus labores habituales en su cubículo. De pronto levantó la vista y vio en la fila al mismo hombre del terno. Se veía atractivo y volvió a sentir deseos de besarlo. Bajó la cabeza y siguió en su papeleo. En su mente vagaban miles de preguntas: “¿y si él fuera el hombre de mi vida? ¿y si realmente me estoy perdiendo de conocerlo en esta vida? ¿y si nunca más vuelve a aparecer? ¿y por qué todo sucede en los sueños y no acá? Quiero que suceda, quiero que suceda”. Levantó la vista y él ya no estaba. Dio un salto y salió corriendo de su cubículo. La gente del banco la miró con curiosidad. Fue pasando por las filas y buscando con desesperación al hombre del terno, pero no lo encontraba. Corrió de un lado a otro, pero ni pista de él. Miró la puerta de salida y ahí le encontró.

Ella se detuvo a mitad del camino y lo observó en silencio. El hombre estaba de pie y su pecho se movía con notoria rapidez. La respiración de ambos era entrecortada.

Leila sentía que no podía moverse, que de la nada aparecía esa niebla blanca que cubría totalmente el camino entre ellos. El seguía de pie mirándola desde la puerta. “Es ahora o nunca”, se dijo ella y corrió hacia él. Amorosamente tomó su mano, acarició su cabello, le miró unos segundos con sus bellos ojos y lo besó.

-Leila, me llamo Teo – respondió él tiernamente.

FIN

sábado, 30 de julio de 2011

El baile final

Los movimientos circulares de los dedos contrastaban con la tensión de los brazos en alto, como si la energía estuviese estancada y no lograra llegar a sus manos. Su espalda estaba recta, su pecho abierto y sus piernas experimentando la fuerza del movimiento siguiendo el compás de la guitarra. Pronto sus pies comenzaron el zapateo tan esperado y sus dedos mostraron ya tensión, como si la electricidad saliera de todo su cuerpo.

Marietta giraba una y otra vez alzando los brazos y zapateando con violencia y con estilo, el grupo de personas que la rodeaba comenzaba a aplaudir siguiendo el ritmo de la música que salía de la guitarra principal. De sus ojos caían lágrimas, la emoción en su pecho era muy intensa, sin embargo no perdía el ritmo y sus movimientos eran cada vez más apasionados.

Pronto todo el grupo de personas comenzó a imitar sus movimientos y ella continuó bailando y observándolos desde su metro cuadrado.

-Vamos, eleven ese pecho como si ya no pudiesen más con esa pasión que los embarga, eso, el zapateo es importante, que lleve el ritmo, muy bien… - decía Marietta limpiando sus lágrimas y en voz alta para que toda la clase le escuchara.

El grupo de personas se movía buscando entrar en el ritmo que llevaba el cuerpo de Marietta pero muchos de ellos no podían dar con el golpe eléctrico que emanaba de su profesora al moverse.

-Flamenco es un baile de pasión, conéctense con él, con ese sentimiento que está arraigado en el corazón de todas las personas, luchen con todo para encontrarlo…

Los alumnos seguían intentando buscar eso que les indicaba la maestra. Marietta les miraba con detención y sonreía al ver que muchos ya iban entrando en la emoción.

-Excelente no lo pierdan, sigan peleando por su espacio, que nadie se los quite, vamos zapateo, zapateo… piensen en ese amor que sienten, que se manifieste la pasión, vamos, vamos…

Pronto el guitarrista finalizó los compases y todos se detuvieron como lo indicó Marietta.

-Muy bien, excelente, los felicito. Nos vemos el jueves a la misma hora y que tengan un lindo fin de semana.

El grupo de personas salió extasiado del salón, comentando unos con otros lo que había significado esta experiencia para ellos.

Pronto entró un joven de cabellera larga y Marietta sonrió al verlo. El guitarrista se levantó de su asiento y se acercó a ella diciéndole:

-Espero que sepas lo que haces, no quisiera verte herida.

Marietta le devolvió una sonrisa y dijo:

-Es la pasión Fermín, no puedo con ella, lo sabes.

Fermín sonrió, movió la cabeza y salió con paso firme pero dándole una mirada de ira al joven de cabello largo que se dirigía a Marietta.

Cuando el salón estuvo vacío y el joven había llegado a su lado, la tomó por la cintura y ella mirando el reflejo de ambos en el espejo del salón puso sus manos en el cuello del muchacho. Pronto un suave balanceo, como si hubiese música de fondo, ambos giraban sin despegarse. Los labios de él se acercaron a su oído y murmuraban algo que la hacía sonreír aún más. Pronto fueron bajando por su cuello y llegaron a sus labios donde se quedaron por un largo rato.

-¿Todo listo para la presentación de mañana? – preguntó ella.
-Sí – dijo el joven – No puedo dejar de tiritar de nervios pensando en lo que será danzar contigo en el escenario.
- Vamos Francisco, no soy una eminencia ni una diosa.
- Lo eres para mí, te admiro con todo mi corazón y lo sabes.

Marietta sonrió. ¿Qué había hecho para merecer que ese joven tan bello se enamorara de ella, una mujer madura?

Las luces daban un aspecto lúgubre al escenario. El público aguardaba expectante en las butacas del gran teatro.

Marietta vestía un hermoso traje rojo lleno de encajes y ruedos, lista para la presentación. A su lado Francisco de camisa blanca, pantalones negros y el cabello recogido en un moño. Pronto Marietta salió al escenario y sus movimientos eléctricos y llenos de pasión extasiaron al público que no podía dejar de mirar a tan experimentada bailarina haciendo de las suyas, poseída por el ritmo de la música que salía de la guitarra de Fermín, quien en una esquina del escenario le observaba lleno de admiración.

Marietta concentrada en sus movimientos giraba y giraba sin dejar de zapatear. Pronto se detuvo en seco mirando hacia bambalinas. Ahí, en un costado, vio a Francisco abrazando a otra de sus alumnas. Trató de volver a su baile pero la curiosidad podía más. Giró y giró y pronto volvió a detenerse mirando hacia donde los había visto… ahora se besaban apasionadamente… ella no entendía qué sucedía, si hasta ayer Francisco le había jurado amor. Marietta volvió a bailar sintiendo la ira salir de su corazón.

Fermín miraba con preocupación la desconcentración momentánea de Marietta pero continuaba el rasgueo de su guitarra, buscándola con la mirada y tratando que ella volviera a la presentación.

Marietta sintió que se le partía el corazón y que el golpe eléctrico que recorría su cuerpo era demasiado para ella, sin embargo, no dejó de bailar, zapateaba con más fuerza.

Pronto los compases indicaron la entrada de Francisco al escenario. Este entró y danzó como nunca junto a Marietta, quien le miraba confundida y acarreando la gran pena del desengaño. Cuando Francisco intentaba acercarse a ella, Marietta lo empujaba con evidente ira y el público aplaudía a rabiar porque la emoción iba a la par con la presentación.

Fermín aún pendiente de los movimientos de Marietta, sabía que algo no andaba bien. Ella parecía poseída por algo y no se detenía, danzando movilizada por un sentimiento que él no podía reconocer, luego de años de trabajar juntos.

Francisco confundido buscaba los ojos de Marietta, pero ella no le miraba y se alejaba de él cada vez que intentaba acercarse. Pero pronto las emociones fueron demasiado para ella y en un instante en que la pasión salía a borbotones de los bailarines en el escenario, Marietta sintió un fuerte dolor en su pecho y cayó desvanecida.

La gente en un comienzo pensó que era parte del espectáculo pero al ver a Fermín abandonar su guitarra para correr a su lado, se dieron cuenta de que era real.

-¡Marietta! ¡Marietta! – llamó Fermín levantando su cabeza del suelo con cuidado.

Ella abrió sus ojos y al ver el rostro de Fermín sonrió. Giró su cabeza para mirar a Francisco el que la miraba asustado.

-Gracias por este último baile… -les dijo.

Fermín miró a Francisco y éste devolvió la mirada de confusión. Marietta abrió sus ojos una vez más y se detuvo en las luces del escenario, respiraba con dificultad y sentía que el corazón iba perdiendo el ritmo, quería bailar, quería mover su cuerpo aunque fuese por última vez, que Fermín tocara su guitarra y que Francisco danzara con ella… respiró profundo, cerró sus ojos y se alejó de su cuerpo dejándolo todo en el escenario.


FIN


domingo, 17 de julio de 2011

La magia de Rufus

Los sonidos armónicos saliendo de las cuerdas de un desgastado violín, llenaban el entorno de la calle. La gente caminaba y se detenía a mirar al joven de ropa andrajosa que tocaba las notas cual virtuoso músico experimentado en una esquina. Sus dedos iban y venían por el puente del instrumento, con una soltura que los dejaba asombrados. La melodía envolvía sus corazones y era imposible no sentir la tristeza que emanaba del instrumento.

Las palmas resoplaron estruendosamente cuando el joven finalizó la pieza con lágrimas en los ojos. Todos los presentes dejaron su donación en el sombrero que reposaba sobre el piso. El joven de ropa andrajosa sin mirar el sombrero con el dinero recién ganado, se sentó en el suelo a mirar su entorno, como si no hubiese sido él quien fuera el centro de las miradas unos minutos atrás.

Las personas siguieron circulando y pronto quedó solo. Acariciaba con ternura su violín y sus ojos estaban perdidos en algún lugar de su mente.

A unos pasos alguien le observaba con atención.

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El escenario ya estaba dispuesto para el concierto. El público expectante permanecía en silencio, mientras los músicos de la orquesta comenzaban a afinar sus instrumentos y esperaban la señal del director.

Rufus buscaba con la mirada a alguien en el público. Parecía inquieto. De pronto escuchó un estornudo y miró en esa dirección. Ahí estaba ella. Sonrió y tomó su violín con fuerza y respiró profundo. Estaba listo para comenzar.

El director pegó dos golpecitos sobre el atril y el sonido empezó a salir de los instrumentos. La armonía envolvía los oídos de los asistentes y les transportaba hacia recónditos lugares de su imaginación.

Rufus esperaba su turno con paciencia. Estaba concentrado y muy pendiente del momento justo para iniciar su intervención. Cerraba sus ojos y veía su rostro, su ser amado, su musa inspiradora.

El director dio la señal y Rufus tocó la primera nota, moviendo el arco con suavidad y los dedos con gracia y precisión. El muchacho, cual mago, ejercía su gran dominio en los movimientos y sonidos que cantaba su violín y se movía lentamente sobre el puente del instrumento buscando marcar con claridad los puntos musicales, transmitiendo la sensación que salía de su corazón. La audiencia podía palpar el sentimiento que afloraba del violín de Rufus, y muchos de ellos se dejaron llevar liberando más de alguna lágrima de emoción.

El concierto fue un éxito y Rufus abandonó el escenario entre vitoreos y aplausos. Bajó con cuidado la escalera y la buscó con la mirada. De pronto entre toda la gente, apareció su rostro. Rufus sonrio y esperó con paciencia que se acercara.

Ella logró llegar a su lado y extendió su mano.

-Te felicito, Rufus. Sencillamente hermoso... me hiciste llorar.
-Gracias, me alegra que te haya gustado.
-Mi amor, qué bueno que viniste - interrumpió una voz - ¿qué te pareció el concierto? - preguntó abrazando a la joven.
-Bello, eso mismo le decía a Rufus...- dijo ella abrazando al hombre.
-Pues sí, estuvo hermoso, me enorgullece ser el director de esta orquesta. Son verdaderos músicos de calidad. Sobre todo Rufus, tiene una facilidad para entregar las emociones que me impresiona.
-Gracias Adolfo, pero es trabajo en equipo, así que todos somos importantes en esto.

El hombre sonrió y pegó un par de palmaditas suaves en el hombro del muchacho.

-¿Nos vamos querida?
-Claro - y dirigiéndose a Rufus - que estés bien y nos vemos pronto.
-Sí, claro Adele, que les vaya bien.
-Mañana a las 9:40 es el ensayo general, nos vemos - dijo el director.
-Nos vemos.
-Ah! y el 25 te esperamos con tu violín y tu mejor traje, ¿eh? - Se devolvió Adolfo.
-¿El 25 de este mes? y ¿para qué sería?
-Necesito que nos toques un bello tema, Adele y yo nos casaremos ese día.

Un balde de agua fría cayó sobre Rufus. Sintió que el corazón se le partía en mil pedazos.

-Felicidades - logró decir luego de un breve momento.
-Gracias - respondió Adolfo.

Adele le miró sonriente y se despidió de él con cortesía, como siempre. Luego desaparecieron entre la multitud. Rufus sintió que ya nada más tenía que hacer ahí y cayó en un estado de abstracción evidente. Las emociones se agolpaban en su corazón con fuerza. Su mente estaba en las frases que había oído, Adele se casaría con Adolfo, ya nunca podría decirle lo que anhelaba, revelarle sus sentimientos. Sus compañeros músicos le hablaban pero él no respondía. Parecía estar ausente. Salió del lugar con paso lento y caminó hasta llegar a la calle, sin mirar a ningún lado se detuvo en la mitad. No parecía escuchar los bocinazos ni los gritos de la gente para que saliera de ahí. Cerró sus ojos y levantó su violín. Inhaló profundo y comenzó a tocar las notas más tristes que pudiesen salir de su corazón. Los vehículos hacían malabares para no golpearle y los conductores le gritaban por la ventanilla para que saliera de la mitad de la calle. Pero Rufus estaba demasiado abstraido en su dolor. De pronto, lo inevitable, luces brillantes, el ruido de los neumáticos tratando de frenar y un golpe sordo acabaron con la bella melodía de Rufus.

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El joven de ropa andrajosa seguía sin moverse de su lugar. La persona que le observaba se acercó lentamente hasta sentarse a su lado.

-Hola - saludó una voz femenina.

El muchacho no devolvió la mirada.

-Te traje un sandwich y una bebida. Tienes que alimentarte. También te traje ropa limpia.

Seguía sin mirarle. La joven comenzó a llorar.

- Rufus, soy Adele...

Pero el muchacho seguía sin mirarla. Entonces ella tomó su mano y logró captar su atención. Unos ojos enfocándose en su rostro por unos segundos pero no demostrando siquiera haberle reconocido. En un intento desesperado, Adele apretó su mano con fuerza pero Rufus no reaccionó. Ella intentó sonreirle.

-No impota Rufus, siempre estaré aquí para ti. No voy a abandonarte.

Adele abrazó a Rufus pero él continuaba abstraido en su mundo, donde la música y un amor del pasado ocupaban todo su tiempo.

FIN

miércoles, 29 de junio de 2011

Plena armonía

Es bien bonito y a mí me gusta despertar en la mañana y sentir como se despereza cada músculo de mi cuerpo. Levantar los brazos y estirarme con fuerza, reencontrándome conmigo mismo y sentir que estoy comenzando un nuevo día. Abrir mi boca para bostezar, juntar mis manos en el centro del pecho y agradecer la bendición de poder respirar y tener la posibilidad de enmendar lo que sea que no haya podido solucionar el día anterior. Dejar la suavidad de las sábanas poco a poco, mientras me incorporo de forma consciente.



Sentir la emoción del primer sonido llegando a mis oídos y enamorarme otra vez de la luz del sol sobre mi cabeza cuando me asomo por la ventana. Experimentar la caída del agua desde la ducha sobre mi cuerpo hasta adaptarme a su temperatura. Vestirme con lentitud y prolijidad, buscando no apurar el proceso, observando la sincronía de cada movimiento. Caminar hacia el living y sobre mi mat comenzar a realizar mi sadhana matinal, enfocándome en mi respiración en cada ejercicio y buscando conectarme con mi ser interior. Luego meditar y prepararme para el nuevo día.


Es que es muy bonito y realmente me gusta caminar descalzo por los pasillos de mi casa, sintiendo la libertad que otorga el contacto de mi piel con el suelo, percibir esa vibración fría pero llena de vida que me llega en cada paso que doy hacia la cocina. Sentarme frente al gran ventanal por unos minutos y ver cómo otros ya comenzaron también su día. Beber mi té con leche, consumir mi plato de cereales y comer un par de frutas... sentir como mi cuerpo lo agradece y cómo se llena de energía.



Levantar mi bolso y llenarlo con mis herramientas de trabajo, mis cuadernos, libros, lápices y todo lo necesario para llevar a cabo mi función de enseñanza diaria. Abrigarme con cuidado para proteger mi cuerpo del frío matinal. Tomar mi reloj y ver la hora para luego darme cuenta que voy a tiempo.

Salir de casa temprano, no atrasarme para llegar bien a mi destino y caminar observándolo todo, la naturaleza bella que me rodea, los sonidos que me envuelven, la luz que me acaricia, el viento que me roza, los autos que pasan maquinalmente por el sendero a recorrer y las personas de miradas fijas que avanzan con apuro y casi sin pestañear.


Es que es muy bonito y a mí me gusta cerrar mis ojos por unos segundos mientras camino y permitir que mis otros sentidos me guíen. Es la sensación de estar en conexión con el entorno, no sentir temor frente a lo que pueda pasar, si no confiar y permitir que el corazón me lleve.

Es bien bonito y a mí me gusta vivir y palpar que estoy en sintonía con el universo, que fluyo en cada expresión de mi rostro y en cada lugar que visito, verme en los ojos de cada alumno al que enseño y sentir que mi servicio es plena armonía.




FIN

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Con cariño para el dueño de esta frase: "es bien bonito y a mí me gusta..."
Bendiciones!!!

domingo, 5 de junio de 2011

Pipa la paga

Pipa escribía con suma rapidez en su computador esa mañana. Suspiraba y fruncía el ceño cada vez que incurría en un error en la planilla. Sobre su escritorio había un cuadro con una fotografía de una familia numerosa y sonriente. Al otro extremo del mueble, sobre una carpeta reposaban unos pasajes de avión, los que miraba de vez en cuando y sonreía. “Ya falta poco”, se decía y continuaba trabajando en el documento. El teléfono sonaba de manera insistente pero no deseaba contestarlo, aún cuando veía claramente quien la llamaba en el visor. Sus ojos iban y venían por la pantalla del computador, danzando de izquierda a derecha como una máquina. Por fin el teléfono había dejado de sonar y continuó con su tarea, sintiéndose cada vez más ansiosa.


Al rato se escucharon unos golpecitos en la puerta de su oficina y ella gritó que pasaran. Entró en la habitación una mujer de baja estatura y rostro amable con una carpeta, la que dejó sobre la bandeja de entrada del escritorio. Pipa levantó una ceja con expresión inquisidora.


-¿Qué es eso? – preguntó en tono chillón.

-Es el informe del contralor, Sra. Josefa – respondió con calma la mujer.

-Dime Pipa, Lucía, te he dicho hasta el cansancio que me revienta que me digas Sra. Josefa. Dime Pipa.

-Lo siento Sra. Josefa, perdón… Sra. Pipa.


Pipa la miró de pies a cabeza con expresión irritada y luego agregó:


-¿Y acaso no sabe el contralor que me voy de vacaciones hoy? Este viejo huevón de Gustavo Arredondo siempre hace lo mismo.


Lucía no se movió ni dijo nada, parecía incómoda con lo que acababa de escuchar. Luego de unos segundos agregó:


-Sra. Pipa, el contralor me entregó eso y dijo que por favor revisara ese informe y le dijera si estaba correcto.

-¿Y por qué este viejo huevón no molesta a otra mejor? ¿por qué me tiene que huevear justo a mí? No entiendo, si una está para la patada y el combo en esta oficina.


Lucía seguía con su expresión impávida pero incómoda.


-Dile a ese viejo desgraciado que no me encontraste, que ya me había ido, porque no pienso atrasarme más. Qué atroz, yo no puedo tener vida en esta empresa, todo me lo piden a mí, todo yo, como si no hubiese más gente a quién molestar. ¡Nadie puede!


Lucía permanecía en su lugar en silencio.


-Pero ya me falta poco con esta planilla maldita y una vez lista, tomo mis cosas y me voy.


Lucía seguía ahí. Pipa parecía ya no verla.


-Sra. Pipa, tengo que pedirle algo – dijo por fin.


Pipa se detuvo en seco y con toda la piel erizada le dirigió una mirada llena de ira.


-Dime Lucía, ¿qué es eso que tienes que decirme y que no puede esperar?

-Tengo que ir al doctor hoy y no pude conseguirme una hora más tarde. ¿Puedo retirarme a las 5?


Pipa respiró profundo, cerró los ojos y volvió a respirar más profundo. Los abrió y miró a la mujer con desdén.


-Lucía, si te vas a las 5 hoy, mañana te quedas más tarde porque no puedo permitir hacer diferencias contigo, o sea, si le doy permiso a todo el mundo, imagínate. Así que ya, como no voy a estar puedes irte y para la próxima pide una hora más temprano, si no, vas otro día. Mañana te quedas hasta las 9 entonces.


Lucía abrió sus ojos con expresión de sorpresa y estuvo a punto de decir algo.


-¿Qué? ¿Tienes algún problema con eso? Es tiempo que le estás quitando a la empresa, ¡así que no me vengas con que no puedes! O sea, ¡es lo mínimo que puedes hacer! ¿o prefieres que te lo descuente de tu sueldo?– Pipa seguía subiendo el tono de voz y lo agudizaba cada vez más.


Lucía no entendía por qué Pipa le hablaba de ese modo.


-Sra. Pipa, no entiendo, ¿debo pedirle autorización directamente al contralor entonces? – preguntó confundida.


Pipa sintió que le hervía la sangre, ¿qué parte de todo lo que ella había dicho a Lucía no le había entendido?


-Lucía, ¿me estás amenazando? ¡no me amenaces! ¿por qué me amenazas? ¡no me amenaces! ¿quién te crees tú? – cada vez más agudo, cada vez más descontrolado, cada vez más molesta.


La mujer de rostro amable no entendía la ira de Pipa. Seguía sin moverse de su lugar pero ya sus ojos estaban brillosos, al borde del llanto. Los gritos de su superior herían sus oídos y por sobre todo su dignidad.


De pronto entró a la oficina un hombre con expresión grave.


-¡Pipa! ¿qué son esos gritos?

-Gustavo, qué bueno que apareciste. Lucía me faltó el respeto y creo que debes ponerla en su lugar.


Lucía abrió la boca pero no pudo articular palabra. Ya no daba crédito a sus oídos.


-Me amenazó Gustavo, ¿puedes creerlo? ¡Qué atroz! ¡nadie puede! ¡valor!

-¡Pipa! – la interrumpió el hombre – ¡escuché todo!

-¿A qué te refieres?

-Me refiero a todo, Pipa… no me contestaste el teléfono y bajé a verte, la puerta de tu oficina estaba abierta… y te escuché.


Pipa se puso blanca, le temblaba todo el cuerpo. Gustavo se acercó al escritorio de Pipa y dijo en tono sarcástico:


-Así que “este viejo huevón de Gustavo Arredondo siempre hace lo mismo”, no?


Pipa miró a Lucía y ésta dibujó una leve sonrisa casi de triunfo. Entonces tuvo la certeza que ella había dejado la puerta abierta a propósito.

FIN