Mi blog...

Por fin me he decidido a crear mi propio blog. Fue un paso difícil, principalmente por razones de tiempo pero ya estoy en la red. La finalidad de este espacio es compartir mis escritos y hacer comentarios respecto de lo que quiero expresar.

Estimados Navegantes, espero disfruten la visita por "mi esquina literaria" que también tiene otros temas que pueden ser de su interés. Mis saludos.


sábado, 20 de noviembre de 2010

El rehén

Sid caminaba tranquilo por la avenida. Los vehículos que pasaban por su lado no llamaban su atención. Se encontraba absorto en la música que escuchaba a través de los audífonos. Sentía que el mundo era toda una pieza musical y que con cada sonido todo seguía un movimiento determinado.

En la esquina de Isidora Goyenechea con El Bosque Norte el semáforo cambió a rojo, por lo que se detuvo y observó su entorno. A su lado había una chica de falda muy corta. Sid se preguntaba cómo lo haría para sentarse sin mostrar más de la cuenta. Más allá había una señora que cargaba dos bolsos de mano y una cartera. El se imaginaba que era de esas personas que se llevaban toda su casa cada vez que salían. Un tipo que fumaba nervioso le miraba de reojo, Sid sentía que ese hombre no debía andar en buenos pasos. Un abuelo que apenas se sostenía en sus piernas llamaba su atención. Sid creía que era de esos viejitos porfiados que nadie lograba dominar y que hacían lo que querían, ¿por qué andaría solo en la calle?

Luz verde por fin. Sid miró cuidadosamente y cruzó la avenida. Siempre conectado a su música, ingresó a una sucursal bancaria. De su bolsillo sacó un cheque y se aproximó al mesón para escribir la papeleta de depósito. Totalmente ensimismado y sin poner mayor atención a su entorno, siguió escribiendo cada palabra y número al ritmo de la música que escuchaba.

Una vez que finalizó el proceso de llenar la papeleta, se dirigió hacia las cajas. Se colocó en la fila y esperó su turno. Su entretención ahora consistía en mirar hacia la puerta y ver a las personas que ingresaban a la sucursal.

De pronto vio entrar a la chica de la falda corta. Segundos después ingresó la mujer con los bolsos varios. Al rato vio al tipo nervioso entrando. Posteriormente al abuelito porfiado. “Qué extraño” se dijo, “es el mismo grupo que estaba afuera en el semáforo”.

Repentinamente la mujer de los bolsos sacó un rifle y disparó hacia el techo, produciendo un griterío general de todos los presentes.

-¡Manos arriba! ¡Esto es un asalto!

Sid estaba estupefacto. Alcanzó a escuchar el disparo de la mujer y se sacó los fonos de los oídos de inmediato.

-¡Todos los weones al suelo! – gritó la mujer de la falda corta sacando una pistola desde su cartera y apuntando a diestra y siniestra.

-¡Hagan lo que les dicen y nadie saldrá herido! – gritó el tipo nervioso con un arma en sus manos.

-¡No intenten nada estúpido! – gritó el abuelito porfiado.

Sid no daba crédito a sus ojos, jamás se habría imaginado que todos ellos eran una banda de delincuentes. Se tiró al suelo como pudo y comenzó a rezar, tratando de calmar su respiración. Boca abajo, sólo podía ver los zapatos de los maleantes. Escuchaba con detención sus movimientos y de pronto notó que uno de ellos se detuvo frente a él. Sintió un dolor estomacal fulminante, ¿por qué no seguía su camino?

-Me parece que éste podría identificarnos – dijo la mujer de la falda corta.

-¿Tú crees?, entonces tráelo porque vamos a tener una charla con él – dijo el abuelo porfiado.

Sid estaba desesperado, no podía mantenerse en pie mientras el tipo nervioso lo arrastraba para llevárselo por una salida lateral.

-¡Estamos listos! ¡el dinero ya es nuestro! ¡vámonos! – gritó la mujer de los bolsos.

El grupo salió corriendo por la puerta lateral y se subieron raudamente a un vehículo que estaba estacionado. La mujer de los bolsos lo echó andar con maestría y salieron hacia la avenida principal.

-Por favor, no diré nada porque no sé nada – trataba de convencerlos Sid.

-¡No es cierto! Nos miraste de pies a cabeza cuando estábamos en el semáforo – gritó la mujer de la falda corta.

-No quiero morir, sólo quiero que me dejen tranquilo, por favor – suplicaba Sid.

-¡Cállate weon! – gritó el tipo nervioso colocando un arma en la cabeza de Sid.

La calle estaba despejada como nunca lo había estado antes. Sid rezaba y pedía al cielo que llegaran luego los carabineros y lo salvaran de esta terrible pesadilla. “No debería de haber ido al banco hoy”, pensó.

Avanzado unos metros, el sonido de las sirenas de los carabineros los puso más nerviosos.

-¡Apúrate! – gritó el abuelo a la mujer de los bolsos.

-¡Hago lo que puedo! ¡esta chatarra no corre más!

Sid sentía que el estómago le bailaba de un lado a otro, los nervios lo tenían al borde de la desesperación. Sin saber cómo, se tapó la cara y comenzó a gritar.

-¡Los van a pillar! ¡los van a pillar!

-¡Cállate weon! – gritó el tipo nervioso mientras le pegaba con el arma en la cabeza.

-¡Cálmate que se te puede salir un tiro! – gritó la mujer de la falda corta.

-¡Cállense todos los weones allá atrás porque puedo matarlos a todos! – gritó el abuelo porfiado.

De pronto el tipo nervioso apretó el gatillo y el disparo salió directo al corazón de la mujer de la falda corta, la que cayó con la mirada perdida.

-¿Qué hiciste? – le gritó el abuelo porfiado.

-¡No! – gritó el tipo nervioso - ¡dejé la cagá! – y mirando a Sid - ¡vos tenis la culpa maricón de mierda! – y apuntó el arma a disparar.

En ese momento la mujer de los bolsos pasó un lomo de toro y todos saltaron por la rapidez con que iba el vehículo. Sid aprovechó de empujar el brazo del tipo nervioso en otra dirección, quien disparó a matar nuevamente. El tiro dio en la cabeza del abuelo porfiado, el que se desvaneció de inmediato.

-¡Noooooo! – gritó el tipo nervioso tomándose la cabeza con las dos manos.

Sid estaba aterrorizado, ya iban dos tiros y había logrado salvarse. El tipo nervioso estaba enfurecido y volvió a apuntar el arma hacia su cabeza. Sid pensó que era el final.

Un fuerte golpe y el vehículo se fue contra un poste a toda velocidad. La mujer de los bolsos se azotó la cabeza y ya no respiraba. El tipo nervioso salió ejectado por el parabrisas y Sid se agachó sacudiéndose totalmente con el impacto en el asiento trasero. A lo lejos se escuchaban las sirenas acercándose. Todo le daba vueltas y sentía el cuerpo apaleado. Definitivamente no debió ir al banco hoy.

FIN

martes, 9 de noviembre de 2010

El dilema

Manu observaba la pantalla de su celular con impaciencia. Hacía cinco segundos que la había mirado, pero había decidio volver a chequearla por si las dudas. Ningún llamado todavía. Suspiró profundamente y sin soltar el aparato de sus manos, se levantó de su asiento. Se dirigió hacia la cocina y bebió un vaso de agua. Sentía el estómago tan apretado que parecía que el brebaje le quemaba las entrañas. Sabía que tenía que calmarse porque en cualquier minuto llamaría Pascuala.

El celular sonó. Manú miró la pantalla y suspiró aliviado.

- ¿Aló?
- Manu, ¿ya se lo dijiste?
- Hola Paco. No, no me ha llamado... tampoco ha llegado.
- Manu, tienes que calmarte, suenas muy nervioso.
- Sí, estoy ansioso, ya quiero pasar por esto de una buena vez.
- No me digas eso que ya no te lo creo. Lo has intentado tantas veces pero siempre te quedas en silencio y no le dices nada.
- Lo sé Paco, lo sé... no es fácil. Es que la conozco tan bien.
- Hum... sí ese podría ser tu conflicto más grande, porque de no conocerla tan bien, ya te habrías atrevido.
- Sí, lo sé - le tiritaba la voz - tengo el estómago hecho pebre.
- Vamos viejo, cálmate, ¿qué podría salir mal?
- Pues nada, ¿verdad? que me rechace sería poco, ¿no es cierto? - dijo en tono irónico.
- Bueno, no lo tomes así, Pascuala no te haría eso.
- Es que la conozco, sé que ha luchado mucho por surgir y un tipo simple como yo no sería precisamente su primera opción romántica.
- No te tires al suelo, date ánimos y repite conmigo: "me la merezco".
- Ok, "me la merezco" - cerró los ojos y agregó de inmediato - no puedo decírselo, Paco, se me aprieta el estómago, creo que voy a vomitar...
- ¡Pero Manu! sé un hombre y dílo, como salga, que no te importe, sólo dilo, si sigues guardando esto por más tiempo te hará daño.
- Ok, ok, ok.

El sonido del timbre interrumpió la conversación.

- Paco, debe ser ella
- Tranquilo Manu, respira profundo y sólo dilo.
- Ok - dijo tratando de tranquilizarse- gracias Paco.
- Suerte amigo, luego me llamas.
- Bien, te llamo.

Cortó el teléfono y como pudo llegó a la puerta. Se tomó unos segundos para trabajar la expresión de su rostro y abrió la puerta con serenidad. En el pasillo se encontraba una muchacha de ojos claros, cabellera desordenada y jeans ajustados que le miraba sonriente.

- Hola Manu - y tiró los brazos al cuello del muchacho abrazándolo con fuerza.
- Hola Pascuala, qué rico verte - Suspiró profundo mientras duró el abrazo y luego que se separaron le dijo - pasa por favor.
- Gracias. Oye, traje una ensalada desde mi casa, espero no te importe porque sé que tú comes sólo carne, jejeje.
- Sí, bueno, no era necesario, tengo lechuguita de la que te gusta.
- Jajaja, sí, bueno, amo la lechuga.

Una vez dentro, la muchacha se dirigió rápidamente a la cocina, sacó un recipiente de plástico y depositó el contenido sobre una fuente. Manu calentó la olla y una vez sentados en la mesa para almorzar, sintió que no podría comer nada.

- Manu, estás pálido, me preocupas, ¿qué te pasa?
- Nada Pascuala, son tus ideas.
- No me mientas, te conozco muy bien. Dime ¿qué sucede?, has estado tan raro últimamente.
- Pues yo... quería... decirte... que... bueno...
- ¿Qué pasa?
- No me interrumpas por favor, me cuesta mucho decírtelo.
- Es que no me dices nada y te juro que no te entiendo, sabes que somos amigos hace años y que puedes decirme lo que quieras, pero ¿por qué esa manía de balbucear y no decir nada en concreto?
- Pascuala déjame hablar, es importante.
- Bueno, dále, escucho.

Manu la miró unos segundos. Ahora tenía toda la atención de Pascuala, era el momento para hacerlo.

-Pascuala nos conocemos hace tiempo... y...
-Manu, eso ya lo sé...
-No me interrumpas, Pascuala - subió la voz Manu.

Ella lo miró anonadada y se quedó en silencio.

-No he podido dejar de pensar en ti - dijo por fin.
-Sí, es natural, somos amigos y te preocupas por mi, pero te aseguro que...
-¡Pascuala, estoy enamorado de ti!

Silencio absoluto... la muchacha soltó el tenedor y éste se azotó contra el plato, lo que había producido un sonido sordo en la habitación.

Manu la miraba asustado... no podía imaginar cómo reaccionaría ella luego de tremenda bomba que él había soltado.

-¿Por qué, Manu?

El abrió los ojos y suspiró profundo.

-No, Manu, explicame por qué, ¿dime por qué te demoraste tanto en decirlo?

FIN