Helvecia
miraba por la ventana con tristeza. Veía el agua caer desde el cielo y
escuchaba las risas de los niños mientras jugaban en la calle. Con sus manos
apoyadas y su respiración empañando el vidrio, de vez en cuando dibujaba caritas
tristes con sus dedos. Los días de lluvia eran un calvario para ella. Tenía
prohibido salir de casa y no había forma de hacerle cambiar de opinión a su
madre.
"Eres
especial, no eres cómo los otros niños, por eso te cuido", solía decir su
madre cuando ella preguntaba las razones de su encierro esos días. Es que ya eran
tres días de lluvia y suspiraba de aburrimiento.
Sin
dejar de escuchar las risas y gritos de sus vecinitos, Helvecia pensaba que sí
tan sólo pudiese salir un par de minutos para zapatear en los charcos de agua y
correr junto a los otros niños... A sus once años aún no había podido
experimentar esa sensación de sentir caer el agua sobre su cabeza, ni tampoco el
olor del pasto húmedo entrando invasivamente por sus fosas nasales.
Es
que los baños de leche diarios que le aplicaba su madre y sobre todo el que
ella no tocara el agua directamente con su piel eran una constante obsesión de
su progenitora. No entendía por qué su madre se sobresaltaba cuando ella se
acercaba a la cocina, inmediatamente la sacaba de ahí y le aplicaba friegas con
cremas y aceites para su limpieza corporal. No podía beber un vaso de agua
directamente, tenía que usar pajitas para llevar el líquido dentro de su
cuerpo.
Cerró
los ojos y suspiró profundo. ¿Por qué no recordaba si alguna vez había estado
en contacto directo con el agua? Por más que indagara en su mente, nada llegaba
a su memoria. Lamentablemente, si se acordaba del día en que su padre las había
abandonado. Tomó su maleta, besó su frente y algo había susurrado en su oído,
algo que no podía recordar.
-Helvecia,
ve a ordenar tu pieza - dijo su madre.
-Ya
lo hice - respondió ella.
-Entonces
ve a leer un libro
-Madre,
¿por qué no puedo salir?
-¡Otra
vez con lo mismo Helvecia! Ya te he explicado que no eres igual a los otros
niños, eres especial.
Ella
miró a su madre con tristeza. ¿Por qué costaba tanto que ella le diera una
explicación convincente?
La
madre la miró y adivinó sus pensamientos.
-Helvecia
ya basta, sabes de sobra que no puedes mojarte. La lluvia podría dañar mucho tu
piel, te saldrían ampollas muy dolorosas y podrías enfermarte hasta morir.
-Madre,
no comprendo cómo es que aún no se encuentra cura para esta enfermedad, ¿cómo
es posible?
La
madre la miró con expresión de reproche.
-¿Que
no eres feliz con todos los cuidados que te doy?
-Madre
no es eso... Es que...
-No
puede ser, después de todo lo que me he sacrificado por ti, que mal agradecida,
hija...
La
niña se había acercado a ella e intentaba acariciar la cabeza de su madre, pero
tan pronto pasó su manita por su cabello, ella reaccionó.
-Helvecia,
a tu cuarto ya.
-
Pero madre, yo...
-No
es el mejor momento para protestar, vete ya - dijo molesta.
La
niña bajo la cabeza y con paso lento se fue a su habitación. Ahí se quedó
mirando por la ventana el espectáculo de la lluvia. El agua había empezado a
caer cada vez con más violencia y el día se había oscurecido aún más, de la
misma forma en que lo había hecho su corazón.
Le entristecía no tener amigos con los que jugar. Por culpa de su
extraña enfermedad no había podido hacer una vida normal y eso la martirizaba.
De pronto las risas de los otros niños que jugaban bajo la lluvia desafiando su
fuerza y gozando de su libertad, distrajeron su atención. Los vio correr de un
lado a otro, algunos con paraguas de colores, otros chapoteando con sus botitas
de agua y todos riendo estruendosamente. En su acongojado corazón sentía que ya
no quería perderse de todo eso, eran once años viviendo con tristeza los días
de lluvia, sin poder hacer amigos porque también en los días de sol su madre la
observaba muy de cerca para que no entrase en contacto con el agua.
Entonces
llena de esperanza se le ocurrió una brillante idea, ¿y si el paraguas la
protegía lo suficiente para por lo menos salir unos minutos? Salió en puntillas
de su pieza y se fue al closet de su madre. Ahí encontró un paraguas de color
negro, grande y viejo. Lo tomó con cuidado y volvió a su pieza. Abrió la
ventana con lentitud y sigilosamente salió por ahí hacia el patio. El paraguas
ya la cubría y ella comenzó a caminar temerosa de lo que pudiese suceder. A
medida que se acercaba a los niños jugando, su corazón experimentaba una
tremenda felicidad, ¡no podía creer que estaba bajo la lluvia!
Al
notar su presencia, los niños la miraron sorprendidos.
-Es
la vecina que no puede mojarse - dijo uno de ellos.
-¿Cómo
es que te dejaron salir? - dijo otro sorprendido.
-Es
que me escapé - dijo ella orgullosa.
Los
niños sonrieron y la invitaron a jugar. Helvecia estaba complacida, por primera
vez en su vida todo era perfecto. Movía sus pies esquivando los charcos de
agua, por temor a mojar su piel. Los niños seguían corriendo y ella comenzaba a
reír fuerte. Se sentía bendecida al poder estar ahí y ver el mismo espectáculo
que solía ver por la ventana todos los días de lluvia pero esta vez era real y
palpable.
De
pronto uno de los chicos empujó a otro y este sin querer cayó sobre Helvecia,
haciéndola soltar el paraguas para sostenerlo a él y no caer juntos al suelo.
El chico la miró asustado. Helvecia podía sentir el agua fría de la lluvia caer
sobre ella. Sin embargo, por más que esperó lo peor, nada sucedió. Se miró las
manos y estas totalmente mojadas seguían conservando su forma y su color
habitual, tal vez un poco más rojas por el frío, pero nada anormal.
-¿Ves
algo raro en mi? - le preguntó al chico que ella había sostenido.
-No,
estas igual - respondió él sorprendido.
Helvecia
no entendía lo que sucedía, su madre le había dicho que ella no podía tener
contacto con el agua y por eso durante once años, ella había estado encerrada
en su casa los días de lluvia, acostumbrándose a cuidarse por ser una niña
especial. Se miraba las manos y no veía por ningún lado las ampollas que ella
creía que saldrían en su piel. No daba crédito a sus ojos.
-
¡Helvecia! - escuchó un grito proveniente desde su casa.
Se
volteó rápidamente y ahí estaba su madre observándola horrorizada.
Entonces
Helvecia recordó lo que su padre le había dicho antes de irse: "estas sana
hija, la enferma es otra." La
lluvia seguía cayendo cada vez con más fuerza y Helvecia seguía totalmente sana
y de pie frente a su madre.
FIN