Mi blog...

Por fin me he decidido a crear mi propio blog. Fue un paso difícil, principalmente por razones de tiempo pero ya estoy en la red. La finalidad de este espacio es compartir mis escritos y hacer comentarios respecto de lo que quiero expresar.

Estimados Navegantes, espero disfruten la visita por "mi esquina literaria" que también tiene otros temas que pueden ser de su interés. Mis saludos.


lunes, 24 de junio de 2013

Bajo la manta de castilla

Mientras el calor de la habitación hacía empañar los vidrios y mis dedos marcaban figuritas sobre el ventanal, mi abuela se paseaba desde la cocina hacia el comedor. Traía los platos lavados y el servicio, y dado que la cocina de campo estaba separada de la casa, había un pasillo que no tenía techo, así que mi abuelo la acompañaba para hacer más rápido el trámite y con un paraguas se cubrían las cabezas en ese tramo.

Me volteaba a mirarlos de vez en cuando  y luego me ponía a dibujar de nuevo. Mis deditos buscaban figuras conocidas como caritas o patitas y hasta rayas locas y sin sentido que para mí significaban palabras. Es que una niña de cuatro años tiene mucha imaginación y me atrevería a decir que yo tenía mucha más que las niñas de mi edad.

Es que para mí no había diferencias entre una ramita y una muñeca, daba lo mismo, mi imaginación lo construía todo sin dificultad. Era una de las cosas que gustaba mucho a mi abuela, porque era una niña tranquila que era capaz de sentarme a jugar donde quisiera y no intervenía el espacio en el que me encontraba. Ella me miraba desde la cocina mientras yo sentada en la escalinata que daba a la casa principal jugaba con mis muñecas. Esa escena era típica en los veranos.

Pero esta vez era invierno y llovía copiosamente. Mi madre había salido y por la lluvia no había podido llevarme con ella. Por eso miraba por la ventana y jugaba con figuritas a medida que se empañaba.

Mi abuelo se sentó a mi lado y se puso a leer el diario, mientras mi abuela seguía ordenando la loza en los muebles donde la guardaba.

-  Tata, ¿cuándo vuelve la mamá? – pregunté sin dejar de hacer mis dibujos.
-  La mamá vuelve en un rato más, fue a ver a su tía Juanita – Me respondió como si hablara con otro adulto.
-  Pero tata, yo quiero a mi mamá.
-  Pero si ella también la quiere mijita – dijo riendo y cerrándole el ojo a mi abuela.
-  No po’ tata, no es eso, yo quiero que la mamá vuelva – dije dando una leve patadita sobre la silla donde me encontraba de pie para que me tomara en serio.
-  Ya viene la mamá, mi niña – respondió mi abuela sin dejar de hacer su tarea.
-  ¿Por qué no puedo ir con ella? – pregunté pegando mi boca a la ventana.
-  Porque llueve a chuzo, mi niña – respondió mi abuela acercándose y despegando mi cara de la ventana.
-  Pero mami Eulo, ¡yo quiero a mi mamá! – dije nuevamente.

Mi abuela sonrió y me acarició los cabellos.

-¡Mami! ¡mami! – llamé desde la ventana.

No hubo respuesta, el cielo seguía arrojando agua sobre la tierra y con tristeza veía que nadie aparecía en el camino.

Me había bajado la nostalgia, quería a mi mamá. Ella no llegaba y para mi cada segundo parecía eterno. Como buena niña pequeña, me puse a llorar y mi abuela me tomó en sus brazos tratando de consolarme.

-¡Mami! – llamaba una y otra vez pero nada.

De pronto mi abuela se volteó y ambas vimos a mi abuelo con su manta de castilla, sus botas de agua y su sombrero.

-¿Para dónde vas Juan Valenzuela? – preguntó ella algo inquisidora y risueña.
-A buscar a la mamá de la niña, pues – dijo con resolución – y la niña viene conmigo – agregó cerrándome el ojo.

Entonces mi abuela volvió a colocarme de pie en la silla donde me encontraba, que eran las mismas que hacía mi abuelo en el taller para sus clientes. Tomó mi poncho tejido por mi madre y me abrigó colocándome mi capucha. Me besó la frente y me llevó de la mano hasta la puerta donde estaba mi abuelo listo para salir.

-Me cuidas a la niña, ¿eh?, que no se vaya a mojar.
-Por supuesto, no se mojará – dijo él.

Entonces me tomó desde la cintura y me puso debajo de su manta de castilla. Comenzó así una aventura nueva para mí, aún cuando sólo podía mirar el piso y ver las pisadas de las botas de agua de mi abuelo en el barro. Sentía el sonido de las gotas de lluvia cayendo en el agua y en el sombrero de mi abuelo. El se fue silbando gran parte del camino. De vez en cuando escuchaba a gente que le saludaba y él saludaba de vuelta. ¡Cuánta gente conocía mi abuelo!

El barro se veía divertido desde arriba, de pronto sentía ganas de que mi abuelo me dejara en el suelo para poder jugar con el barro y hacer figuritas con mis manitos pero sabía que si parábamos no vería a mi mamá pronto y ya quería abrazarla.

Mi abuelo cuando dejaba de silbar, cantaba y yo me quedaba calladita escuchando su voz, los sonidos del entorno y mirando las pisadas que él iba estampando. De pronto el barro se perdía en el pasto del bosque.

A veces sacaba mis manitos para sentir el agua y mi tata Juan me decía que me quedara tranquilita, que le había prometido a la abuela que no me mojaría y él no quería tener problemas con ella después si es que ella se enteraba que él no había cumplido su palabra. Como era niña obediente y quería mucho a mis abuelos, le hice caso y seguimos el camino.

A lo lejos escuchaba los vehículos en la carretera y el sonido de los pájaros que se expresaban al vernos pasar.

Mi abuelo, con mucho cuidado y sin dejarme caer, abrió el portón de la cerca y comenzó a llamar a mi madre mientras entraba a casa de mi tía Juanita.

Los pies de mi abuelo seguían moviéndose  y de pronto ya no sentí más el sonido del agua sobre su sombrero. El me sacó de la manta de castilla y a la primera persona que vi fue mi madre, que me estiraba los brazos.

-¡Mami! – grité y salté sobre ella abrazándola con todas mis fuerzas.

Mi madre se sonrió al escuchar la historia de por qué mi tata Juan había decidido traerme. Le dijo a mi mamá que fue porque simplemente no le gustaba verme triste.

- Mami – dije luego de un rato - ¿vamos a ver a la abuela?

FIN

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Con cariño a mis queridos abuelos

martes, 4 de junio de 2013

La sesión

No siento mis pies y aún así no quiero abrir mis ojos. Esto tiene tintes de sobrenatural. Mi intuición dice que siga adelante y que no me mueva por ningún motivo. Sé que hay mucho más por experimentar.  El silencio lo envuelve todo y la sensación es cada vez más real. No comprendo por qué no me asusto si se trata de una experiencia desconocida. Es como si en mi interior supiese lo que vendrá.

Porfío y trato de mover mis manos pero no las siento. Lo mismo intento hacer con mis piernas pero no parecen estar ahí. Al menos ninguna de mis extremidades obedece mis deseos pero estoy lejos de preocuparme por eso.  En el espacio donde me encuentro no hay tiempo para las preocupaciones, al menos eso creo.

Me siento en un lugar acogedor, pleno de contención, donde espero con paciencia que algo suceda. De pronto mi mente aparece y recuerdo los pinchazos iniciales.  La piel sensible me los hace notar pero no duelen, sólo sé que están presentes en el mismo punto donde los puso mi terapeuta.

Mi cuerpo sobre la camilla no parece quejarse de todas esas agujas que me suspenden en el tiempo y en el espacio, en esta sensación nueva y fuera de lo usual.  Me acuerdo de la emoción que vine a buscar para erradicar, para sanar y liberar ese gran peso. Me da por revisar cada esquina de mi interior pero no la encuentro. Continúo mi búsqueda pero pronto me canso.

Respiro profundo y me siento a esperar con paciencia. Es como si estuviese en la mitad de algún camino y me detuviera a descansar. El cuerpo físico reacciona con espasmos leves de vez en cuando y me hacen preguntarme a mí misma cómo se mueve sin que se lo haya pedido. Empiezo a hacer un chequeo de todo mi ser y todo parece dormido. Pero estoy más despierta que nunca y no comprendo por qué.

De pronto una respiración profunda me hace reaccionar. Mi ser tangible está dormido y se hizo notar. Me sonrío sin mover mis labios y sigo a la espera de que algo suceda.  Un tarareo ingresando a la habitación me hace reaccionar nuevamente, es mi terapeuta avisando que ha ingresado y luego de unos segundos volverá a salir.

Al rato la respiración profunda gana otra vez y me quedo ahí, donde es maravilloso pernoctar, el oasis para cualquier viajero cansado al que las energías ya no le acompañan cuando lleva un viaje largo y agotador. Es el punto exacto para respirar profundo y sentir lo que haya que sentir.  Ya no me preocupa esa emoción que vine a erradicar, sólo disfruto sentirme en otro plano, en otro espacio donde no entran los cuestionamientos ni las sensaciones negativas. Ahí me quedo tranquilita, encantada de no escuchar teléfonos, reclamos, personas entrando y saliendo del espacio físico, nada que me lleve al estrés, nada que invada mi paz.

Luego percibo una presencia que me renueva, una figura de luz  ha aparecido en la habitación. No puedo verla porque mis ojos no responden a mi inicial deseo de abrirlos, pero puedo sentirla. Lleva sus luminosas manos y las pasa sobre todo mi ser tangible, como efectuando un escáner.  Siento el calor de su luz invadiéndome y lejos de sentir temor, la dejo hacer. Vino gentilmente a este espacio donde me encuentro para sanar y lo menos que puedo hacer es dejarla trabajar. Entonces siento que floto, me elevo sin dejar la camilla y me duermo profundamente.

El nuevo tarareo de mi terapeuta ingresando a la habitación me trae de vuelta. Dice mi nombre y me avisa que sacará las agujitas que tengo aún sobre mí. Respondo pero no recuerdo bien qué. Las saca con cuidado y aplica alcohol en los puntos donde aún quedan hilitos de sangre.  Comienzo a mover los dedos de las manos y de los pies. Mi cuerpo físico se despierta totalmente y ya estoy de regreso. Cuando me siento en la camilla y empiezo a gozar de la renovación corporal, me doy cuenta que no alcancé a despedirme de mi visitante.

FIN

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con cariño a mi querido terapeuta Antonio Arias