Mi blog...

Por fin me he decidido a crear mi propio blog. Fue un paso difícil, principalmente por razones de tiempo pero ya estoy en la red. La finalidad de este espacio es compartir mis escritos y hacer comentarios respecto de lo que quiero expresar.

Estimados Navegantes, espero disfruten la visita por "mi esquina literaria" que también tiene otros temas que pueden ser de su interés. Mis saludos.


lunes, 7 de enero de 2013

El embrujo


Sus ojos se encontraron por un segundo. Ella suplicó con la mirada. Él endureció la expresión de su rostro y no dejó cabida a duda alguna.  La sentencia se había dictado y no había nada más que hacer.  La multitud gritaba dividida en exclamaciones de apoyo o en desacuerdo. El mundo parecía enloquecer y todo sucedía demasiado rápido.

Dos hombres de largas túnicas con capucha la tomaron de sus brazos y la llevaron hacia el calabozo. Él no apartó los ojos hasta verla desaparecer. Una vez que ya no pudo distinguir su figura, suspiró profundo y se volvió hacia sus iguales, quienes le sonreían complacidos por su reciente declaración.  Definitivamente la habían sentenciado gracias a su relato. Se sentía miserable por no haber reaccionado antes y no haber evitado la sentencia, pero ¿qué podía hacer? Era lo que se esperaba de él, no podía decepcionarlos.

-Bien hecho padre Crispin, esa mujer merece la hoguera – le decían unos dándole golpecitos en la espalda.
-¡Muerte a la bruja! – gritaba otro.
-¡Yo también la vi hacer sus conjuros! ¡a la hoguera! – gritaban más allá.

Crispin se volvió hacia la puerta donde la había visto desaparecer.  Quería verla pero no sabía si le dejarían.  Cerró sus ojos e intentó imaginarla en ese calabozo esperando su muerte, abandonada, asustada y llorando. “Si sólo pudiese abrazarla una vez más”, pensó.

Con gran esfuerzo avanzó entre la multitud y pidió al guardia que le llevara hacia donde se encontraba ella, con el pretexto de evangelizar a la bruja y permitirle su arrepentimiento antes de su muerte. El guardia lo guió sin hacer preguntas.

-Esa es su puerta, yo que Ud. padre no entraría, sólo le hablaría desde la rejilla, dicen que es una bruja poderosa. Tenga cuidado con sus ojos – advirtió el guardia.
-No se preocupe, cuento con la protección de Dios – simuló Crispin.

La puerta se abrió y el joven sacerdote entró. En una esquina del calabazo oscuro, húmedo y maloliente se encontraba ella. Le daba la espalda, así que no pudo ver quién ingresaba.

-¿Y ahora qué quieren? – preguntó ella con voz firme.
-Sólo abrazarte – dijo él una vez que la puerta se cerró.

Ella giró su rostro y lo miró con desdén.

-Por favor, no me hagas esto, ven a mí – suplicó Crispin abriendo los brazos.

Ella no se movió.

-Compréndeme, no podía mentir, me quemarían a mí también – dijo sentándose a su lado.
-¡Y que me quemen a mí es mejor! ¿no?- gritó ella apartándose.
-¡No! – dijo él abrazándola - ¡No! ¡claro que no!
-¿Entonces?
-Lo siento, no supe qué hacer – lloró él sobre su hombro.
-¿A qué has venido? – preguntó ella tratando de liberarse de sus brazos, pero él la presionaba tan fuerte que le costaba hasta respirar.
-Tenía que verte – susurró él.
-¿Estás consciente de que no volverás a verme más?
-Lo sé, no quiero que sea así, pero no puedo hacer nada… soy un imbécil, perdóname, perdóname… - pidió entre sollozos.

Ella permaneció inmóvil y en silencio mientras él seguía pegado a ella.

-¿Te das cuenta que si no hubieras curado mis heridas mortales no estarías en esta situación? – le dijo él.
-Sólo apliqué hierbas y conocimiento de mis antepasados… tu gente piensa que eso es herejía, qué ignorancia, se salvaría a tantas personas si nos permitieran hacer nuestro trabajo – reclamó ella en voz baja.

El joven sacerdote seguía buscando su rostro, quería besarla pero ella seguía esquivándolo.

-La Inquisición está fuera de control, no sé qué se puede hacer – dijo él.
-Enfrentarla, eso podías haber hecho… pero no lo hiciste… y ahora todo está perdido…

Crispin había encontrado sus labios y el silencio los envolvió por unos momentos que fueron largos pero no eternos como él hubiese querido.

La puerta se abrió y los guardias entraron, ella estaba de pie esperándolos con resignación. Crispin sostenía la Biblia y rezaba por su alma. Los hombres la guiaron hacia la hoguera y él la seguía fielmente.  Cuando la subieron a la tarima y la encadenaron, él permanecía a su lado. Ella lo miró con tristeza.

-¿Estás seguro de todo esto? – le preguntó ella en un susurro.
-Sí, lo estoy – respondió Crispin firmemente – eres todo para mí, lo sabes, ¿no?

Ella asintió y él puso un crucifijo en su pecho.  Se miraron unos segundos y ella comenzó a recitar algo que nadie lograba escuchar. Los gritos de la multitud eran ensordecedores. Crispin cerró sus ojos y sintió que se elevaba, que flotaba y se volvía algo que no lograba entender. De pronto todo cobró sentido y se vio a si mismo bajando con paso lento.  Las llamas comenzaban a incrementarse en la hoguera. Ya no la escuchaba murmurar y ambos esperaban el desenlace con resignación.

El joven sacerdote se volteó a mirar su cuerpo por última vez. Todo se veía desde una perspectiva diferente ahora. Podía sentir el calor aproximándose. Las llamas ya estaban atrapando sus pies.   El dolor se volvía intenso. Ella se había volteado hacia donde él estaba y ambos sostenían la mirada. Todo acabaría pronto, era cuestión de segundos, lo sabían.

-Te amo, Crispin – murmuró ella entre sollozos ahora en el cuerpo del joven sacerdote.

Las llamas seguían cubriendo a su ser amado. Crispin cerró los ojos y dejó de respirar. La multitud seguía gritando y aplaudiendo.  Estaban demasiado ocupados como para notar a quién habían quemado realmente.

FIN

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