Sus ojos se
encontraron por un segundo. Ella suplicó con la mirada. Él endureció la
expresión de su rostro y no dejó cabida a duda alguna. La sentencia se había dictado y no había nada
más que hacer. La multitud gritaba
dividida en exclamaciones de apoyo o en desacuerdo. El mundo parecía enloquecer
y todo sucedía demasiado rápido.
Dos hombres
de largas túnicas con capucha la tomaron de sus brazos y la llevaron hacia el
calabozo. Él no apartó los ojos hasta verla desaparecer. Una vez que ya no pudo
distinguir su figura, suspiró profundo y se volvió hacia sus iguales, quienes
le sonreían complacidos por su reciente declaración. Definitivamente la habían sentenciado gracias
a su relato. Se sentía miserable por no haber reaccionado antes y no haber
evitado la sentencia, pero ¿qué podía hacer? Era lo que se esperaba de él, no
podía decepcionarlos.
-Bien hecho
padre Crispin, esa mujer merece la hoguera – le decían unos dándole golpecitos
en la espalda.
-¡Muerte a
la bruja! – gritaba otro.
-¡Yo también
la vi hacer sus conjuros! ¡a la hoguera! – gritaban más allá.
Crispin se
volvió hacia la puerta donde la había visto desaparecer. Quería verla pero no sabía si le
dejarían. Cerró sus ojos e intentó
imaginarla en ese calabozo esperando su muerte, abandonada, asustada y
llorando. “Si sólo pudiese abrazarla una vez más”, pensó.
Con gran
esfuerzo avanzó entre la multitud y pidió al guardia que le llevara hacia donde
se encontraba ella, con el pretexto de evangelizar a la bruja y permitirle su
arrepentimiento antes de su muerte. El guardia lo guió sin hacer preguntas.
-Esa es su
puerta, yo que Ud. padre no entraría, sólo le hablaría desde la rejilla, dicen
que es una bruja poderosa. Tenga cuidado con sus ojos – advirtió el guardia.
-No se
preocupe, cuento con la protección de Dios – simuló Crispin.
La puerta se
abrió y el joven sacerdote entró. En una esquina del calabazo oscuro, húmedo y
maloliente se encontraba ella. Le daba la espalda, así que no pudo ver quién
ingresaba.
-¿Y ahora
qué quieren? – preguntó ella con voz firme.
-Sólo
abrazarte – dijo él una vez que la puerta se cerró.
Ella giró su
rostro y lo miró con desdén.
-Por favor,
no me hagas esto, ven a mí – suplicó Crispin abriendo los brazos.
Ella no se
movió.
-Compréndeme,
no podía mentir, me quemarían a mí también – dijo sentándose a su lado.
-¡Y que me
quemen a mí es mejor! ¿no?- gritó ella apartándose.
-¡No! – dijo
él abrazándola - ¡No! ¡claro que no!
-¿Entonces?
-Lo siento,
no supe qué hacer – lloró él sobre su hombro.
-¿A qué has
venido? – preguntó ella tratando de liberarse de sus brazos, pero él la
presionaba tan fuerte que le costaba hasta respirar.
-Tenía que
verte – susurró él.
-¿Estás
consciente de que no volverás a verme más?
-Lo sé, no
quiero que sea así, pero no puedo hacer nada… soy un imbécil, perdóname,
perdóname… - pidió entre sollozos.
Ella
permaneció inmóvil y en silencio mientras él seguía pegado a ella.
-¿Te das
cuenta que si no hubieras curado mis heridas mortales no estarías en esta
situación? – le dijo él.
-Sólo apliqué
hierbas y conocimiento de mis antepasados… tu gente piensa que eso es herejía,
qué ignorancia, se salvaría a tantas personas si nos permitieran hacer nuestro
trabajo – reclamó ella en voz baja.
El joven
sacerdote seguía buscando su rostro, quería besarla pero ella seguía
esquivándolo.
-La
Inquisición está fuera de control, no sé qué se puede hacer – dijo él.
-Enfrentarla,
eso podías haber hecho… pero no lo hiciste… y ahora todo está perdido…
Crispin
había encontrado sus labios y el silencio los envolvió por unos momentos que
fueron largos pero no eternos como él hubiese querido.
La puerta se
abrió y los guardias entraron, ella estaba de pie esperándolos con resignación.
Crispin sostenía la Biblia y rezaba por su alma. Los hombres la guiaron hacia la
hoguera y él la seguía fielmente. Cuando
la subieron a la tarima y la encadenaron, él permanecía a su lado. Ella lo miró
con tristeza.
-¿Estás
seguro de todo esto? – le preguntó ella en un susurro.
-Sí, lo
estoy – respondió Crispin firmemente – eres todo para mí, lo sabes, ¿no?
Ella asintió
y él puso un crucifijo en su pecho. Se
miraron unos segundos y ella comenzó a recitar algo que nadie lograba escuchar.
Los gritos de la multitud eran ensordecedores. Crispin cerró sus ojos y sintió
que se elevaba, que flotaba y se volvía algo que no lograba entender. De pronto
todo cobró sentido y se vio a si mismo bajando con paso lento. Las llamas comenzaban a incrementarse en la
hoguera. Ya no la escuchaba murmurar y ambos esperaban el desenlace con
resignación.
El joven
sacerdote se volteó a mirar su cuerpo por última vez. Todo se veía desde una
perspectiva diferente ahora. Podía sentir el calor aproximándose. Las llamas ya
estaban atrapando sus pies. El dolor se
volvía intenso. Ella se había volteado hacia donde él estaba y ambos sostenían
la mirada. Todo acabaría pronto, era cuestión de segundos, lo sabían.
-Te amo,
Crispin – murmuró ella entre sollozos ahora en el cuerpo del joven sacerdote.
Las llamas
seguían cubriendo a su ser amado. Crispin cerró los ojos y dejó de respirar. La
multitud seguía gritando y aplaudiendo.
Estaban demasiado ocupados como para notar a quién habían quemado
realmente.
FIN
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