Mi blog...

Por fin me he decidido a crear mi propio blog. Fue un paso difícil, principalmente por razones de tiempo pero ya estoy en la red. La finalidad de este espacio es compartir mis escritos y hacer comentarios respecto de lo que quiero expresar.

Estimados Navegantes, espero disfruten la visita por "mi esquina literaria" que también tiene otros temas que pueden ser de su interés. Mis saludos.


miércoles, 29 de mayo de 2013

El desencuentro

Las hebras de lana bailaban al compás del movimiento de las pequeñas manos de Francia. Su crochet iba y venía mientras tejía con esmero. Era como si se encontrara en una especie de trance y no pudiese detenerse aunque quisiera. Pero en realidad no deseaba hacerlo.  Cada vez que terminaba una corrida,  sonreía al extender su creación y ver la gama de colores y puntos creativos que había elegido para el poncho de su amado. “Espero le guste”, pensó. Y continuó incrementando el juego de las hebras cada vez con más entusiasmo.

Jacopo miraba a la distancia desde la cubierta del barco. Se veía a lo lejos el puerto de Valparaíso y no podía creer que faltaban sólo un par de horas para descender de la nave sueca en la que había navegado por meses.  Suspiraba profundo e imaginaba su rostro.  Piel suave, cabellos rebeldes, ojos oscuros. Cuánto anhelaba estar a su lado, sentir su respiración, el calor de su cuerpo, su risa.  ¡Cómo la extrañaba! De sus bolsillos extrajo una fotografía ajada en sus puntas. En ella los rostros felices de ambos compartiendo una copa.  Tres años sin verla era demasiado tiempo. ¿Podría ella reconocerle?

Francia se levantó de su asiento para mirar por la ventana. Se veía el puerto y los barcos que permanecían en él.  A la distancia veía una nave de carga que reconoció al instante. Su corazón dio un vuelco violento, ¡era su barco! Como pudo terminó la esquina que le faltaba y se apresuró a colocarse la chaqueta para salir de su casa. Corrió calle abajo con el poncho en sus manos y respirando con dificultad. La emoción que sentía se apoderaba de todo su ser y le era muy difícil contenerla dentro. Hacía tiempo que no se veían y no sabía si a él le gustaría lo que vería en ella hoy.

Jacopo bajó del barco. Se quedó observando la nave unos segundos y luego de suspirar profundamente se volteó buscándola entre las personas que iban y venían. No la veía por ninguna parte. Probablemente se había atrasado.

Francia llegó al puerto casi sin aliento. Se quedó unos segundos afirmada en la baranda de fierro para poder respirar con calma unos momentos. En sus manos el poncho para su amado. Hacía tanto tiempo que no tejía para alguien con tanta dedicación.  Todas sus creaciones se vendían muy bien en la feria artesanal del puerto, pues era una reconocida tejedora en la zona. Pero este poncho tenía más que cualquier otra pieza que hubiese tejido en el pasado. Tenía todo su amor.

Jacopo se acercó a la baranda de fierro.  Aún no encontraba el rostro de su amada entre la multitud. Se sentó en una banca y volvió a sacar la fotografía. La observaba y luego levantaba la cabeza para ver a todos los que se encontraban ahí… no, definitivamente no estaba. Tendría que esperarla un poco más.

Francia había bajado hacia la embarcación. Se acercó a uno de los marineros que bajaban de la nave sueca y le preguntó por él.  El hombre cambió la expresión de su rostro y de sus bolsillos sacó una carta. Le dijo que él se había bajado en algún puerto de Europa, siguiendo a una mujer. Francia tomó la carta y comenzó a temblar. El hombre se despidió y se alejó lentamente. Ella se devolvió en sus pasos y subió. Se sentó en una banca y abrió la carta. Leyó las líneas que había escritas ahí y súbitamente rompió en llanto.

Jacopo se había cansado de esperar.  Se dirigió a un teléfono público y la llamó. La voz al otro lado de la línea respondió que ella ya no vivía ahí, que se había casado hacía dos años y medio y que no le era posible darle ningún número donde ubicarla, que mejor él le diera el suyo.  Jacopo cortó antes de seguir con la conversación, ya no había nada más que hacer. Acongojado se sentó en una banca y trató de ordenar sus pensamientos.

Francia cubría su rostro con el poncho y lloraba desconsoladamente. A su lado se había sentado un hombre en el cual no había reparado. El sonido de sollozos ajenos, llamaron su atención.  Francia levantó la vista y vio al desconocido inclinado con el rostro hacia el suelo, llorando como un niño. Sin saber por qué, ella acarició sus cabellos. Entonces el desconocido, Jacopo, se volteó y la abrazó.  Habían comenzado a llorar otra vez.

Transcurrido un buen rato se apartaron. No hubo necesidad de palabras.  El corazón de ambos estaba roto. Francia miró el poncho aún en sus manos y se lo entregó. Jacopo agradeció el gesto desinteresado de la desconocida y se lo colocó. La gente seguía yendo y viniendo en el puerto, pero eso ya no les importaba.

FIN

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