Mi blog...

Por fin me he decidido a crear mi propio blog. Fue un paso difícil, principalmente por razones de tiempo pero ya estoy en la red. La finalidad de este espacio es compartir mis escritos y hacer comentarios respecto de lo que quiero expresar.

Estimados Navegantes, espero disfruten la visita por "mi esquina literaria" que también tiene otros temas que pueden ser de su interés. Mis saludos.


miércoles, 6 de enero de 2010

Rojo Intenso

La habitación estaba desordenada y sucia. La luz entraba por una esquina de la ventana que estaba cubierta por una cortina floreada y de color rojo. El piso lleno de papeles de diario daba la sensación de encontrarse en una bodega abandonada y no en el estudio de un pintor importante y de gran trayectoria.

¿Qué diría la crítica de arte nacional si se enterara de las condiciones en las que estaba trabajando el gran Paolo Valdebenito? Tal vez entenderían las razones de su reclusión autoimpuesta desde hacía ya varios años y su falta de productividad, ya que sus pinturas no habían vuelto a ser exhibidas en ninguna galería de arte del país ni del extranjero.

Mojó su pincel con decisión en el vaso con agua. Miró el lienzo y se dijo así mismo:

-Ya me hablará - mientras se paseaba por los papeles de diario en el suelo y miraba su entorno como buscando algo.

De pronto sus ojos se detuvieron ante unas fotografías que estaban colgadas en la pared de la "bodega-estudio". En ellas la cara sonriente de un Paolo más joven le irritaba. ¿De qué se reiría él en aquellos años? ¿de su época de sequía creativa actual o de la gran obra que estaría a punto de realizar?

Se dirigió hacia la mesa. Se sirvió una taza de café. Ya había perdido la cuenta de cuánto había bebido de aquel líquido, sin embargo, tenía claro que había estado despierto toda la noche y aún sin resultados en su lienzo . ¡Cómo odiaba el blanco! y pensar que siempre había sido su compañero inseparable, ya que liberaba su imaginación sobre él y permitía el juego perfecto de colores y de trazos con sus pinceles.

Sus manos, que dejaron la taza sobre el platillo desde donde la había retirado de su mesa, pasaron a tocar unos sobres impresos con un membrete bancario y que estaban algo arrugados. La expresión de su rostro se ensombreció por unos momentos. Tenía que salir algo pronto de ese lienzo, si no, se vería en serios aprietos.

Giró su cuerpo y caminó con paso seguro por la habitación. Se asomó a la ventana y le pareció que el día no tenía nada inusual, por lo que volvió a su lienzo. Luego de unos instantes, aún no había salido nada.

El ruido del teléfono lo desconcertó. Miró por todos lados y no pudo dar con el aparato. Mientras el insistente ring continuaba presente en la habitación, Paolo se tapó los oídos con las manos y se arrodilló en el suelo, tratando de evadirse del momento, del ruído, de su falta de inspiración, de sus deudas, de su soledad. Su mente divagaba entre recuerdos y aplausos del pasado.

Permaneció en esa posición unos largos minutos y cuando por fin logró volver al presente, abrió los ojos y a su mente llegó la imagen de aquella musa de años atrás, aquella que había abandonado a su suerte en Milán.

-Paolo - escuchó de pronto a su lado. Era una voz masculina.

Sobresaltado volvió su rostro hacia la puerta de entrada.

-Paolo, ¿no escuchaste el timbre? - preguntó el hombre de baja estatura que le miraba estupefacto - estuve un buen rato tocando y nunca me abriste.

No era el teléfono el que había sonado, sino el timbre de la puerta de entrada.

-¿Y cómo entraste? -preguntó luego de que por fin logró articular palabras.
-Pues... empujé la puerta y no estaba cerrada. Tienes que tener cuidado, no querrás que alguien entre a robar las pocas pertenencias que te quedan, ¿verdad?
-No es mucho lo que queda Alfonso, así que no importa que entren. ¡Que se lo lleven todo si quieren!
-Vamos Paolo, no seas pesimista. Todavía tengo fe en ti. Por algo sigo siendo tu representante, ¿no?
-Pues no deberías... he estado toda la noche en vela y nada ha salido de ese lienzo. ¡Absolutamente nada!
-A lo mejor necesitas salir de este estudio por un rato, te haría bien el aire de afuera, salir con alguna chica, ¡vivir la vida hombre!
-Para que luego ella se mate como sucedió con Amelia, ¿no? pues no, gracias.

Alfonso, un hombre de ojos intensos y de escasa cabellera, lo miró por unos instantes conmovido. El nombre de Amelia había vuelto a surgir entre ambos y para él era un tema ya cerrado.

-No sigas culpándote por lo de Amelia, ella era grandecita cuando se separaron en Milán, eso fue solo el destino.
-No trates de hacerme sentir bien. Yo la abandoné.
-Eso fue hace años, Paolo. Ya sería bueno que lo dejaras atrás.
-¡Nunca! -gritó enfurecido Paolo- ¿cómo olvidar que me fue infiel y que nunca la perdoné? Fue mi culpa que se fijara en otro, y estoy seguro, luego de todos estos años, de saber quién era ese otro, el desgraciado que también la abandonó por miedo a lo que yo pudiese hacer.

Alfonso se acercó nervioso a la mesa buscando algo de café. Cuando logró dar con una taza sin usar, se sirvió un poco, mientras se esforzaba por calmar su respiración. De pronto su atención se centró en los sobres de cobranza del banco. Paolo notó que Alfonso los había visto.

-Quieren embargarme, Alfonso, ¡qué gracioso! ¿no? quieren embargar la cama, la mesa, la silla, y mis pinceles, jajajaja - rió con ironía.
-Paolo, esto es serio -dijo tomando el sobre y sacando el contenido- podrías ir preso por esto.

Paolo había tomado nuevamente su pincel y había empezado a trazar lineas sobre el lienzo.

-No me digas lo que tengo que hacer Alfonso, ya sabes que me apesta tu tono mandón.
-Paolo, no te molestes conmigo, solo hago mi trabajo.
-Si hicieras bien tu trabajo, yo no estaría pasando pellejerías, ¿no?

Alfonso había dejado la carta sobre la mesa y le miraba enojado. Paolo seguía tirando trazos sobre el lienzo y continuaba reprochando a Alfonso. Este se defendió:

-¿Y qué me dices de tu desorden?, nadie puede vivir en estas condiciones, yo que tú me preocuparía.
-¿Ves? ya me estás diciendo qué hacer. ¿No deberías estar llamando a las galerías para ofrecer mis pinturas?
-¿Y qué pinturas quieres que ofrezca? todavía no terminas ni una sola.

Paolo seguía pintando con ira sobre el lienzo, había tomado ya la paleta de los colores más intensos y seguía liberando sus emociones sobre el fondo blanco, ese que tanto odiaba, y lo aborrecía aún más gracias a la discusión que estaba sosteniendo con Alfonso.

-No me vengas con sermones, Alfonso, un representante sabe lo que significa trabajar con un artista.

Paolo había estado desquitándose con la pintura, colores y trazos firmes le estaban llevando a un estado de máxima creatividad y la posible imagen de una mujer sobre un charco de sangre salía de sus movimientos erráticos y desquiciados.

-Pues sí, los artistas son extraños pero tú te pasaste del límite.
-¿A sí? ¿pues qué me dices de los representantes?, son pirañas que están al acecho. Tan pronto el artista deja de producir, se vuelven malditos y te abandonan o peor, se quedan para restregárte el fracaso en tu cara.

Trazos iban y venían por el lienzo y la mujer iba tomando un rostro, era su musa, Amelia sobre la bañera. Sin embargo, le faltaba algo a la imagen, algo que realmente resaltara su belleza y la crueldad de la escena.

-Ok, ya mostraste los dientes y las garras, es mi turno - gritó Alfonso molesto y tomando su maletín -eres mal agradecido, irritable, insufrible y más encima un mediocre. Si alguna vez tuviste talento, ya te abandonó tal como lo hace todo el mundo. Ahí ves como Amelia buscó la atención de otro... ¿cómo alguien podría haberle negarle amor a una criatura tan bella y frágil como ella?

Eso encendió una llama de fuego intenso en el corazón de Paolo. Tiró todo y corrió hacia Alfonso, derribándolo. Este intentó defenderse pero Paolo era un hombre de gran altura y fuerza, así que comenzó a golpearlo. Entre quejidos Alfonso intentaba convencer a Paolo que le dejara en paz, pero los golpes se hacían más fuertes cada vez.

-Desgraciado, ¡siempre supe que eras tú! - gritó Paolo, mientras seguía castigándolo.

Luego de un rato, Alfonso ya no hablaba, sus manos ya no luchaban por zafarse de la ira de Paolo...

Paolo abrió sus ojos y estaba frente a su pintura. El rostro de la bella Amelia le conmovía. En sus manos tenía una pintura de color rojo intenso y de textura viscosa y por sobre todo de procedencia nueva, nunca antes usada en sus anteriores creaciones. Pasó sus dedos sobre el lienzo. Ahora sabía que esa sería su obra de arte.

FIN

(texto publicado en Revista El Puñal Nr. 1)


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